25.- Resacas.

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—Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco... —Tuve que parar de contar en cuanto la arcada se me vino encima. En menos de lo que esperaba, estaba echando todo lo existente de mi estómago en el retrete bien limpio que dejaron mis padres cuando se fueron.

Normalmente necesitaba como media hora para relajarme y vomitar.

También era verdad que anoche me había pasado más de la cuenta.

Mucho más de la cuenta.

Tenía hasta algunas lagunas, y eso rara vez me sucedía.

Como, por ejemplo, no tenía ni la más remota idea de cómo había permitido que Chase Hoock acabara en mi cama. Otra vez.

En esta ocasión lo decía de forma literal. Había amanecido con un cuerpo a mi lado, tumbado junto a mí en mi estrecha cama y un dolor de cabeza monumental.

¿El problema? No sabía que mierda habíamos hecho. Llevaba la ropa puesta, pero me conocía lo suficiente como para no dar por sentada esa conclusión.

—Buenos días, bella durmiente —Miles apareció por la puerta del baño rascándose la nuca, aún con los ojos pegados. En cuanto vio la chapuza que había producido, dio la vuelta exclamando lo asqueroso que era aquello a primera hora de la mañana.

—¡Esto no pasaría si os hubierais estado quietecitos! —le grité, aún arrodillada delante de WC.

Cerré la tapa y me quedé unos minutos con la frente apoyada en el frío material hasta que estuve casi segura que había recobrado mi color natural de piel.

Me dirigí a la cocina, viendo mi oportunidad perfecta de venganza.

Spencer estaba en mi sofá, con medio brazo colgando –si se me permite, con media baba también– y un par de botellas de vodka acurrucadas en su regazo.

Me encontraba a medio camino de darle un cojinazo en la nariz del que se acordaría los próximos dos años, cuando el inoportuno de Miles se puso en medio. Llevaba una taza de café en las manos.

—Yo que tú no lo haría.

—¿O qué?

El rubio giró la cabeza hacia Spence y luego la volvió hacia mi.

—O ese sofá saldrá por la ventana antes de que den las diez.

¿Cómo que las diez? Miré apurada el reloj de cocina.

Menos cuarto.

Mis padres llegaban a las once y media. Y la casa estaba hecha una auténtica pocilga. Era imposible que nos diera tiempo a limpiarlo todo, suponiendo que solo estábamos tres.

Tres y Chase, pero a él tenía pensado echarle en cuanto se despertara, sólo empeoraría las cosas.

Miles interpretó mi cara.

—Ni una puta palabra —advertí en cuánto supe que iba a quejarse. Todo esto no estaría pasando si ellos se hubieran quedado en el maldito bar de Luke.

Empecé a recoger vasos del suelo y la mesa, llevando un pequeño montón en brazos. Con Miles limpiando la cocina, nada me impedía dejar caer "accidentalmente" aquellos recipientes de plástico encima de la cara de Spencer.

—¿Qué...? —dijo débilmente, removiéndose, haciendo que la botella vacía cayera al suelo.

—Levanta. Ayúdame a recoger.

Abrió un ojo. Pude atisbar cómo no me estaba tomando en serio.

—¿Qué hora es?

—Tarde.

PHILOPHOBIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora