28.- Castigos.

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El despacho del director estaba impecable.

De vez en cuando hasta me llegaba el olor del fregasuelos recién aplicado sobre la lisa superficie desde dónde me encontraba, sentada en una incómoda silla enfrente del director Hummer y el secretario, este último de pie y con las yemas de los dedos apoyadas en la pulida madera de la mesa, observándome escrupulosamente.

En realidad, el señor McFly ejercía más de director del centro que Hummer, quién tan solo se preocupaba de su Trastorno Obsesivo Compulsivo sobre la limpieza.

—Bueno... —comenzó McFly—. Aeryn, ¿sabes por qué estás aquí?

Vaya manera más absurda de comenzar un discurso.

Me encogí de hombros sin poder quitar la mirada de la cara de Hummer por culpa de Spence y las últimas palabras que me había dicho antes de venir aquí.

—Has agredido físicamente a un alumno —soltó severamente inclinándose para estar más a la altura de mis ojos,

¿Este era el brillante plan de Chad para arruinarme la vida? ¿Ser un chivato pretencioso?

—Somos conscientes de la situación que viviste unos años atrás, y eres una buena chica, Aeryn —continuó McFly—, no has causado ningún altercado grave desde que te juntas con Spencer Russo —luego murmuró algo por lo bajo que sonó como "que ya es bastante decir"—. No nos gustaría ver cómo fastidias tu expediente por una tontería.

—¿Puede decirme cuál es mi castigo y acabar con esto? —pregunté siguiendo con mis ojos las manos del director, que no paraba de impregnárselas con un gel transparente bastante gelatinoso.

El secretario suspiró bajando la cabeza a la mesa para seguidamente enderezarse y ponerse rígido como un palo.

—Muy bien. Dos semanas de castigo después de clase serán suficientes —cogió un papel que estaba sobre la impresora y se lo pasó a Hummer para que lo firmara.

Este limpió el bolígrafo cuidadosamente antes de escribir, tiempo en el que se formó un silencio bastante incómodo donde solo se escuchaba el tic tac del reloj de pared.

Cuando acabó me lo entregó con cuidado de que mi mano no le rozara.

—¿Puedo irme ya? —un deje de desesperación se coló entre mi voz.

El secretario arrugó la boca, y justo cuando pensaba que me iba a responder, la voz grave y rasposa del director lo hizo en su lugar.

—Sí, puede irse. Pero espero que no acabe por aquí más.

Asentí algo confusa.

Que hombre más raro, pensé mientras salía del despacho y me encontraba sola en el vacío corredor que daba a la puerta de salida.

O no tan sola como parecía.

En cuanto vi que estaba sentado en la fila de sillas que se mantenían pegadas a la pared, jugueteando con su teléfono móvil, chasqueé la lengua y me di la vuelta.

—¡Eh! —gritó Chase, y escuché como crujía la superficie de la silla, señal de que se había levantado.

A los dos segundos atisbé por el rabillo del ojo que caminaba a mi lado.

—¿Te ha gustado tu castigo, mon amour?

Me detuve de golpe, esperando que la explicación dada entre líneas la estuviera interpretando erróneamente.

Le examiné lentamente la cara. No me estaba mirando a mi, sino al final del pasillo, aunque estaba sonriendo.

—Chase, qué has hecho.

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