Capítulo siete.

58 6 2
                                    

Sara.
Despierto por una voz suave que no para de decir mi nombre.
Abro los ojos y me encuentro con Lucio, sentado a mi lado sonriendo.

—Buen día, pequeña.

—Buen día. —Digo suavemente sonriendo—.

—Quise despertarte para invitarte a desayunar ¿Se te apetece?

Es un gesto tierno, por lo que asiento y me levanto de la cama para prepararme, él ya lo ha hecho.

Lucio sale de mi habitación para darme mi espacio y yo entro al baño. Me lavo la cara, los dientes y me dirijo a mi armario para ver qué me pongo.

Abro el armario y veo una foto que tengo con Esteban, de niños, que está pegada en una de las puertas. Salimos riendo y él enseñandome a andar en bici. Sonrío ante el recuerdo y saco un short floreado, junto a una remera musculosa blanca.

La mañana está calurosa y no me quiero imaginar lo que será a la tarde.

Agarro mi monedero y salgo de la habitación.

—¿Lista? —Se levanta del sillón Lucio—.

—Sipi. —Digo—.

Lucio asienta y salimos de la casa. A pocas cuadras de mi casa hay un café, así que decidimos caminar.

Llegamos y hacemos el pedido; él un mate cosido con leche y criollos, y yo un té sólo. No me hace muy bien desayunar.

Nos traen la orden y le damos inicio al desayuno. Sentados contra un ventanal enorme, que nos da el privilegio de ver la calle.

—Bonito día, he. —Dice Lucio bebiendo de su taza—.

—Si. —Sonrío—. Bonito. —Miro por la ventana—.

Lucio ríe y sigue bebiendo.

—¿Qué es lo gracioso? —Dejo la taza—.

—Que te dije un cumplido a vos. —Sonríe—. Te dije, bonita.

—Ahh. —Rio—. Perdón. —Juego con mi pelo—. No estoy acostumbrada a esos cumplidos. —Doy un sorbo y dejo la taza—. ¡Te voy a contar un chiste!

—Te escucho. —Me presta atención sonriendo—.

—No vale ofenderse, he.

—Trato.

—Bien. Los otros días, estaban dos ciegos peleando en medio de la calle y no había manera de que se callen, entonces me acerco y le digo "¡Cuidado que uno tiene un cuchillo!" Y los dos se fueron corriendo.

Lucio comienza a reírse de mi humor negro y yo sigo bebiendo de la taza.

—Tengo otro. —Dice—. ¿Qué hace un negro con cinco bolsas de consorcio?

—¿Qué? —Rio—.

—Una foto familiar. —Responde a carcajadas y yo me sumo—.

—Tengo otro, tengo otro. —Rio—. ¿Qué hace un manco en la San Martín?

—¿Qué? —Ríe—.

—Y nada, si es manco.

Comenzamos a reírnos a carcajadas, golpeando la mesa, y la gente nos ve raro-mal. Pero así es el humor Cordobés, bizzarro y negro. No es una cuestión de que no respetamos, solo son chistes entre nosotros. Aunque malos.

—¿Y Esteban? —Ríe—.

—Lucio. —Digo molesta—.

—Hay que reírse de las desgracias. —Levanta una ceja—.

Por si regresas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora