Capítulo dieciocho.

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Sara.
Luego que entramos adentro, y subimos el segundo piso, por siguiente pasamos por esas pequeñas escaleras que dan al sótano.

Cada escalón que subo es como un golpe de realidad:

Ya no somos los niños que éramos,

Ya los juguetes prefirieron irse a dormir al baúl,

Nos fijamos en cuánto tiempo ha pasado desde que se nos cayó nuestro primer diente de leche y el primer trozo de corazón.

Y todo me hace pensar en que si hay algo que no vuelve, es el tiempo. Hay que aprovechar cada segundo como si fuese el último.

Esteban va adelante, guiándome sin soltar mi mano.
Por alguna razón, un nudo de nervios pasa por mi estómago y él lo nota, por lo que frena, me mira, acaricia mi mano y asentandole, continuamos.

Suelta mi mano, saca de su bolsillo una llave, la pone en la puerta y gira. Me siento en esa escena donde Grey le mostrará a Ana el cuarto rojo ¡Con las mismas dudas y ansías! Con la diferencia que no es que ahí dentro tenga una sala de juegos, creo, sino que allí, tras ésta puerta, fueron nuestros primeros encuentros íntimos. No en ése sentido secundario, sino donde siempre nos volvíamos uno, y así como yo lo recuerdo, él también.

Baja el picaporte y la puerta se abre.

Él entra y yo me quedo un escalón abajo. Se hace hacía un costado y me sumergo en esas cuatro paredes.

Todo sigue igual; el piso y las paredes de madera, nuestros dibujos por ellas. Pero me sorprende cómo todo está preparado; en el piso hay velas redondas, pequeñas, formando un círculo por todo el ambiente, siendo la única iluminación, supongo que son aromáticas, por la fragancia estupenda que se siente.
En el medio hay una manta blanca, con petalos rojos por ella, junto una cubeta metálica con hielo y una bebida que supongo que es su champaña favorita, más dos copas.
En una esquina de la manta hay una tabla con fiambre cortado en cubos, mis favoritos.

Doy otro paso y siento que la puerta se cierra. Giro y me encuentro con Esteban, con una sonrisa de oreja a oreja, ofreciéndome una rosa blanca. Mi favorita.

Da un paso hacía adelante y me dirige hasta el medio de la habitación, ayudándome a sentar, al igual que él, enfrentados.

Me siento exactamente como aquella noche en casa que nos besamos. Con los mismos nervios, embobada y perdida en sus ojos, sus manos.

Él tiene éste poder en mi, ese maldito poder de dejarme sin palabras, sin aliento. Él me afecta.

La debilidad es algo que siempre he trabajado en mi, porque lo he sido por mucho tiempo y por ello me han herido de diversas maneras. Ya es algo que lo manejo con completa madurez; disfrazando esa parte de mi, tapando esa "piel de porcelana", con queriendo ser ruda o riéndome, pero Esteban... Esteban me puede. Saca de mi eso que no soy con nadie.

El silencio nos inunda, el ambiente nos hace concentrar solo en nosotros y me tomo el tiempo de observalo con atención, mucha más

y ¡La puta madre! Quiero ser cada punto de sutura que necesite o crea necesitar, porque la felicidad que hace que recorra por mi pecho, es inhumana.

¿Que a dónde está esa Sara mandada? Creo que la dejé detrás de esa puerta. Ahora solo nos miramos y su sonrisa me flechó justo en medio del pecho.

-Come. -Dice Esteban gentilmente-.

Asiento y me meto un pedazo de queso en la boca. Es ese con agujeritos, mi favorito.

Si, buscó todo lo que a mi me gusta ¡Y eso logra que mi corazón se encoja!

-¿Te gusta? -Me pregunta sirviendo champaña en las copas-. Éste es un lugar especial para ambos, me pareció buena idea recordar esos tiempos. -Sonríe dándome una copa-. Salud. -Me pide que brindemos y chocamos nuestras copas-.

Por si regresas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora