Capítulo ocho.

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Sara.
Nos miramos fijamente y de la poca distancia corporal, nuestros labios están muy cerca. Cualquier movimiento, suyo o mío, hará que se unan.

—¿Qué carajos tengo que hacer para tenerte? —Se acerca más—.

No respondo, solo lo miro.

—¿Qué tengo que hacer? —Pregunta nuevamente—.

—Esteban, basta. —Digo—.

—¿Te acordas lo que te pregunté ayer? Que si alguna vez te preguntaste por qué estaba con Pilar.

—¿Estaba?

¿Cortaron?

—Estaba, sí. —Sube sus manos a mis mejillas—. Lo hacia porque sabia que nunca iba a poder tenerte, que no me verías como yo te veo y me desahogue miles de noches con ella, teniendo sexo, pensando que eras vos. Estuve con ella porque quería darte celos, pero solo logré alejarte y yo ser un infeliz.

Tomo sus manos para bajarlas, pero no es posible.

—Sara, te necesito. —Pone mi mano en su corazón—. No he podido dormir pensandote y cuando anoche vi la foto que subiste con Lucio, me moría por ir, debajo de la lluvia, a buscarte.

—Basta Esteban, por favor. —Trago mis lagrimas—. No hagas las cosas más difíciles.

—Vos me las haces difíciles. —Se acerca más—. Dame una oportunidad, por favor.

—Esteban.

—No hay sangre que nos una. —Baja una de sus manos a mi cintura—.

—Nunca voy a poder confiar en vos.

—Me voy a ganar tu confianza. —Responde—.

Nos miramos, nos retamos.

—Esteb..

—Decime si alguna vez no te morias porque te bese. —Me interrumpe—. Si esa noche en la piscina no se te erizó la piel y disfrutabas tenerme así de cerca. —Me pega más a él—. Decime que no y yo me alejo.

No soy buena mintiendo, y a decir verdad, me fascinó sentirlo.

Es lógico que después de muchos años él sienta cosas, (vos también, tonta), pero no es correcto, no, no.

Lo miro fijamente, noto su deseo, es claro y yo también quiero que me bese. Odio que estemos así de distanciados, lo detesto. Siento muchas cosas, pero no se puede, yo no puedo.

Dejo mis sentimientos de lado y pienso en nuestro viejo vínculo, así que opto por una respuesta.

—No. —Digo con casi un hilo de voz—. No sentí nada, somos familia, Esteban. —Trago grueso—.

Esteban lentamente me suelta y con la misma delicadeza que lo hizo, se va.

Se va dejándome sola y confundida, aunque la culpa la tenga yo, pero es lo mejor.

Salgo del aula y golpeo la puerta de mi curso para entrar. Voy veinticinco minutos de tardanza, la profesora Mirian me matará.

—Adelante. —Dice la profesora—.

Exhalo y entro.

Al entrar veo a Esteban parado al lado del pizarrón y todos los compañeros mirándonos.

—Buen día profe, mil disculpas por llegar
tarde. —Digo—. Tuve un pequeño problema.

Esteban se agarra de la barbilla y se ríe por lo bajo.

Por si regresas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora