Capítulo cuarenta.

8 1 0
                                    

Sara.
Nadie nos advierte las veces que nos van a romper el corazón y ni mucho menos nos enseñan a juntar todos los pedazos para poder seguir.
No nos dicen por cuánto tiempo dolerá, ni mucho menos cómo duele. El tiempo que se toma en sangrar y lo que es andar por la vida con la angustia del miedo a volver a creer y que nos vuelvan a romper.

Nadie me advirtió que papá se iría y yo debía abrazarme a mi misma para no molestar a mamá.

Nadie me advirtió que mi abuela se iría y lo que el peso de su recuerdo me costaría respirar.

Nadie me advirtió cuánto iba a costarme sanar todas esas heridas que el mundo me hizo.

Nadie me advirtió que me enamoraría y mi mejor amigo sería quien me enseñaría lo que verdaderamente es el amor.
Tampoco supe que pasaría noches en vela por ello y que todas esas madrugadas sin dormir las convertiría en poemas y ahora en canciones.

El dolor es tanto que termino transformandolo para que sea un poco más pasajero

El dolor es tanto que comienzo a ser una contradicción constante.

Pero todo dolor se acaba y uno aprende a bajarse de la cruz.

Y es cuando observamos las cosas al cabo de un tiempo o desde una perspectiva un poco diferente, algo que creíamos absurdamente esplendoroso y absoluto, algo por lo que renunciariamos a todo por conseguirlo, se vuelve sorprendentemente desvaido.

Me encuentro en la misma situación que hace unos meses y con el mismo nudo en la garganta. Con la ilusiones por un lado y el revolver lleno de balas de decepción.

Esteban me mira y yo me esfuerzo por no desviar mi mirada.
Él era eso absurdamente esplendoroso que ahora se volvió desviado.
Y detesto que así sea, pero lo dije una vez y hoy lo repito; me debo la libertad que me está quitando por cada ilusión que me da.

Estamos en un mirador, no en el anterior, este es más pequeño y lo único que escucho es su corazón latir con fuerzas porque sé que quiere decir mucho, porque sé que siente todo lo sucedido, y no voy a mentir, muero de ganas por abrazarlo, pero no puedo seguir perdiéndome por no querer perderlo. No puedo seguir amandolo cuando dejo de amarme yo por cada oportunidad que le doy.

Detesto vernos así; asustados y en silencio. Pero tengo el corazón roto y él la conciencia cargada al saber que es por su culpa.
Meses atrás quizás nos las pasaríamos riéndonos, hoy no tengo fuerzas para hacerlo con él.

Y luego de haberle dicho todo lo que en mi pecho guardaba, él se sienta en donde yo estoy y me mira fijamente.

-Entonces ¿Todo acabó? -Pregunta con la voz quebrada y sus ojos rojos-.

-No puedo seguir aferrada de un quizás y encima tener la duda quedándome por la espalda. Eso no es amor.

-¿Sentiste amor?

-Me despido de vos aún enamorada. Eso duele más que darme la cabeza contra la pared.
No quieras ponerme en papel de mala cuando nunca dejé de amarte.

-¿Te rendís? -Sigue dando vueltas-.

-Jamás quise tirar esto por la borda, pero en muy poco tiempo nuestro bote se inundó y no por tu culpa, ambos somos culpables. Ya no somos cobardes.

-Yo creo que si, Sara.

-Si lo fuéramos no hubiésemos arriesgado tanto sabiendo que podíamos terminar perdiendolo todo, y lo perdimos. La peor parte es que yo me perdí en el medio.

-¿Perderse por el otro no era amor para vos?

-No si eso me lleva a llorar noche tras noche por no querer soltar un recuerdo.

-No te reconozco Sara.

-Yo tampoco. -Una lágrima cae por mi mejilla-. Y lo detesto, me detesto más que a vos. Y no me perdono que lo di todo y me quedé sin nada.

-¿Entonces?

-Entonces, esta es mi manera de decirte adiós, de soltarte y soltarnos, cariño.

Lo miro fijamente y deseo un último beso, una última caricia, escuchar un "te amo" de sus labios y por qué no un suspiro en mi oreja.

Pero la realidad es otra:

El café se está enfriando y yo ya no le conozco.

He decidido no tomarle porque
no quiero que su sabor impregne justo con
esta despedida no anunciada,
pero que siento cómo me está pisando los talones cada que habla
y dejo de conocerlo.

Nuestras citas ita se convirtieron en silencios.

¿Qué nos pasa? ¿De quién es la culpa?
De quien lo permite, claro.

Por eso, al levantarme le diré "adiós",
y si es que quiere escucharme,
le sonará raro,
porque suelo decir "hasta luego",
pero hoy es distinto,
quiero irme y ya.

No teníamos por qué estar juntos toda la vida,
las personas vienen y van,
capítulos se cierran
y no tienen por qué dejarnos con lesiones.

Está en otro tren,
encontrá más de los suyos,
y ojalá sea feliz.

Me voy con la fotografía de su rostro
de cuando me miraba,
no con la de ahora,
que no quiero que cuando vuelva a pensarlo,
me pase este sabor amargo
y mezcle su nombre con el aroma de la melancolía.

Le digo adiós,
y eso no es algo malo,
ya no pertenecemos aquí,
y tal vez tampoco vuelva a este mirador,
y no es que sea malo,
la gente no dejará de venir,
pero ya no es para mi,
así como vos.

Me levanto de donde estoy y aunque sienta mis piernas debilitarse, lleno mis pulmones de aire para no fallarme a mi misma.
Siento mis ojos arder por las lágrimas que amenazan con salir, el nudo de mi garganta que se comienza a desatar y mis lágrimas se convierten en un río que libremente pasa por mi rostro.
El pecho me duele y quema, porque lo amo, pero me debo amar a mi, me debo todo ese amor.

El taxi llega y comienzo a caminar hasta él.

Esteban solloza con fuerzas y yo no puedo mirarlo.

Llego a la puerta del auto y me frena su voz:

-El flechazo y la secuela ¿Verdad? -Me dice sintiéndolo detrás mío-.

-Y yo de carne y hueso. -Respondo-.

Me subo rápidamente al taxi y dejo atrás el lugar donde me terminé de romper el alma y dejé al amor de mi vida.
Toca comprarse una cajita de curitas para cubrir las trompadas que te da la vida.

Por si regresas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora