Capítulo diez.

48 4 2
                                    

Sara.
Y nuevamente me siento con el corazón hecho trizas. Nuevamente he llorado en mi cama sin parar. Nuevamente he agarrado pluma y papel y he sangrado en forma de escritura.

Ha pasado un día de ese maldito atardecer en Saldán.

En éste momento me estoy desquitando, tocando la guitarra y cantando canciones folklóricas, tristes.

Y no es lo mismo Córdoba sin ti. Y no es lo mismo Córdoba sin ti. —Toco los últimos acordes—.

—¡Sara! —Grita mamá desde el comedor—. ¡Se te hará tarde!

El colegio ¡Cierto! Y las malditas horas extras que tengo que pasar con Esteban ¡Cierto! (Es sarcasmo.)

Salgo de mi habitación y me siento en la mesa, mamá cocinó pollo con verduras ¡Mi favorito!

Damos las gracias por los alimentos y le damos el inicio al almuerzo.

—¿Pasa algo chiquita? —Pregunta mamá—. Siempre estás de cotorra en la mesa y has vuelto a usar la guitarra que te regaló tu padre.

—Y volví a escribir. —Rio irónicamente—.

—¿En serio? —Dice alterada mamá—.

—Sip. —Sigo comiendo—.

Pasan un par de minutos en silencio y sigo sintiendo la mirada fija de mi madre.

—¿Pasa algo? Hija. —Deja los cubiertos—.

—Un corazón roto, mamá. —Veo la hora—. ¡Me tengo que ir! —Me levanto de la mesa—.

—Huir no te sirve de nada.

¡Auch! Eso dice Esteban.

—Ella dice lo mismo. —Digo dramáticamente, colgando mi mochila en mis hombros—.

—¿Ella? —Se exalta—.

—Me enamoré de una mujer, Kuky. —Bromeo—.

—¿Es en serio?

Me acerco y le dejo un beso en su frente como despedida.

—Ojalá así fuera mamá, para que doliera menos. —Le susurro—.

—Te amo, mi pequeña. —Me abraza—. ¿Y sabes algo, Sarita? —Me toma de mis manos mirándome—. Las desilusiones por el amor no correspondido te hacen despertar. —Exhala—. Abrís los ojos y te das cuenta que en la vida real no te dicen esas frases de películas, que nadie cruzaría un océano para abrazarte cuando tengas frío, que las historias de amor solo existen en canciones, que las personas cuentan mentiras, que siempre será más fácil olvidar que perdonar y que las cosas nunca vuelven a ser iguales. Que vos, por desgracia, ya no sos una niña. —Me sonríe—. Que tengas una buena tarde, chiquita.

Le sonrío por última vez y salgo de la casa, con mi bici.

Sé que todo lo que me dijo fue porque ella lo vivió con papá. Sufrió bastante a su lado.

Él era un buen tipo, solo que le gustaba beber y luego agarrarselas con mamá, hasta que mi mamá se cansó y él decidió irse. Cada año recibo una carta por mi cumpleaños y dinero. Pero eso no borra el recuerdo de su partida. No tengo rencor por lo que le hizo a mamá, sino porque también fue un cobarde, al irse. Y digo también porque yo soy una.

Cambiando de tema, Lucio está raro, misterioso y ansioso por el sábado ¡No sé por qué! Y eso me inquieta. Anoche me aguantó toda la santa noche, por llamada, mientras lloraba y comía helado. Por eso es mi mejor amigo.

El día está fatal DEL CALOR QUE HACE.

Llego al colegio, por fin, le pongo candado a mi bici y entro. Con un nudo en la garganta, aunque me distrae el tono de mensaje.

Por si regresas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora