Capítulo veinticuatro.

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Esteban.
Cuando Sara, hace un par de horas, me dijo que esperaba que algún día baje mi arma, no entendí muy bien su intención en las palabras, y eso que me encanta descifrarlas cuando se trata de ella. Entonces, por las horas siguientes me puse a pensarlo, a pensarla y a darle sentido a esa frase suya, que me hizo tanto ruido en mi cabeza.

Ahora la entiendo; Si bajo mi arma tal vez me daría cuenta que no somos tan diferentes, que quizás tenemos más de tres o cuatro cosas en común, que tal vez ella sería ésa persona que me podría preparar el café como me gusta, tal vez pueda hablar con ella de ese libro que no le quiero contar a nadie que me encanta.
Si bajo mi arma, tal vez ella sería la que entienda perfectamente lo que me pasa, porque ella es la única que puede escuchar todo lo que no puedo decir.
Si quito el dedo del gatillo, me daría cuenta que nos gusta la misma canción, el silencio, el espacio, los misterios, lo inexplicable, las naves, los cráteres.

En sus manos no hay ningún arma, entonces quizás pueda caber un abrazo, pero si es que quito el arma de las mías...

Es por eso que salí a buscarla, porque se lo quería decir, pero la encontré en muy mal estado y creo que ahora es ella la que necesita hablar. La veo tan vulnerable que solo quiero abrazarla, besarla. La besaria hasta que se me desprendan los besos de la boca, la herida de las ganas.

¿Qué a dónde estamos yendo? No lo sé con exactitud. La vi tan débil que luché por no bajarme del auto y abrazarla, me comporté más Esteban que todos conocen. Solo estoy manejando, subiendo las altas cumbres, siempre funcionó ofrecerle el cielo cuando necesitaba y ¿Por qué no hacerlo hoy?

A veces suelo pensar que Sara, de vez en cuando, teme de sí misma.
Ella está mucho sola y la ansiedad no es un juego, menos cuando tiene en qué pensar, cuando se maquina la cabeza con cosas negativas. Pues, el silencio en una habitación hace que haya más ruido en la cabeza, porque cuando todos se van, una voz comienza a torturar, y muchas veces, en sus ojos se reproducen películas que no diferencio.
No es lástima, simplemente la entiendo.

Manejo un par de kilómetros más y llego al mirador. Me estaciono y apago el motor. El ambiente, entre los dos es puro silencio y afuera no hay tráfico ni ruido, más que los grillos que se esconden por algún lugar.
Miro de reojo a Sara y veo que ella está viendo por la ventana. Ya no está llorando, sino que mirando un punto fijo.

-Dicen que de acá se ven mejor las estrellas. -Corto el silencio y ella me mira-. ¿Querés bajar a ver si es cierto? -Le pregunto-.

Ella asienta y yo le sonrío como respuesta. Por siguiente bajamos del auto y cerramos las puertas, comenzando a caminar más al frente.
El lugar es bello, está cerca de la ruta, pero a su vez, la separa de ella. Tiene una baranda en la punta, supongo que para evitar accidentes y desde donde estamos, se ve absolutamente todo. También se ven hermosas las estrellas.

Sara se acerca hasta la barandilla y se abraza, debe sentir frío. Me olvidé de decirle que el vestido le queda perfecto. Ella es hermosa.
Me acerco hasta ella y le pongo, sobre sus hombros, mi campera de cuero, por lo que me responde con una sonrisa tímida y yo se la devuelvo.

Algo le sucedió, no habla, no me mira fijamente, solo me esquiva y no termino de entender si es por nuestra discusión o si hay algo más..

Pasan un par de minutos en silencio y me acerco hasta ella, mirándola, mientras que su mirada sigue al frente:

-Sara ¿Qué pasa? -Pregunto preocupado y ella me mira-. No hablas y has llorado mucho. -Me acerco un poco más y ella da un paso hacía atrás-. Sara. -Insisto-.

-Esteban, necesito espacio. -Deja de mirarme y yo me agarro de la baranda, frustrado-.

-¿Hasta cuando? -Pregunto-. Dijimos que todo lo íbamos a hablar. -Vuelve a mirarme-. Perdón por lo que te dije hace un par de horas, simplemente fueron celos absurdos. -Digo elevando mi voz-. Sé que no...

Por si regresas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora