Capítulo once.

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Sara.
Trago grueso y lentamente me levanto, me duele todo.

Gimo un poco del dolor y trato de pararme derecha.

—¡Sara! —Se acerca Esteban—. ¿Estás bien? —Me toma de mis mejillas—.

—Pensé que vendría Esmeralda. —Me alejo lentamente—.

—Si, pero a penas me dijo me preocupé y le dije que vendría yo. —Se pasa la mano por su nuca—.

—¿Y dónde estabas vos?

—En la casa de la tía Patricia, en Unquillo.

Lo miro sorprendida y una sonrisa me sale.

Unquillo está lejos, muy, a muchos kilómetros de donde estoy. Es como otra ciudad, pequeña.

—Gracias. —Bajo mi mirada—.

—¿Qué te pasó? —Mira mi codo—.

—Me caí. —Miento—.

—¿Y por eso seguís llorando? —Se cruza de brazos—.

—Me duele aún.

Esteban agarra mi bici y la acomoda en el baúl de su auto, por siguiente agarra mi mochila y se la cuelga en su hombro para ayudarme a caminar y subir al auto.

Subo al auto, él cierra la puerta y por siguiente sube, dándole inicio al viaje.

Por primera vez siento incomodidad con Esteban y eso, en cierto punto, me entristece. Ya que él y yo siempre fuimos unidos..

—¿Estás bien? —Corta el silencio—.

—¿Por qué no estarlo? —Miro hacía el frente—.

—Tu mano derecha no deja de temblar, Sara.

Miro mi mano y es cierto. Quedó así desde que Fer me quiso golpear.

—No es nada. —Toco mi nariz—.

Esteban entiende que no quiere hablar de ello y sigue manejando.

—¿Querés hamburguesas? —Me sonríe y frenamos en el semáforo—. A la parrilla.

¡Eso es jugar con mis debilidades!

Tengo dos opciones, decirle que no y empezarle a reclamar todo lo de ayer o aceptar y ver cuál es su intención.

—¿Y Esme? —Pregunto—.

—En casa, ya hablé con ella. —Lo miro confusa—. Me pidió que hablemos vos y yo.

—Verde. —Le advierto el semáforo y pisa el acelerador—.

—No vayas a pensar que vine obligadamente, vine porque realmente me asusté.

—¿Desde cuándo tan demostrativo, vos? —Lo miro fijamente—.

Esteban exhala frustrado y no responde.

—Simplemente ¡Quiero ser amable, Sara! —Eleva su voz—.

Lo miro fijamente y me saco el cinturón de seguridad.

—Frena el auto, me bajo aca. —Le digo—.

—Por favor, Sara. —Bufa—. Te puede pasar cualquier cosa.

Nos miramos, nos retamo.

Pasan un par de minutos y llegamos a mi casa.

Nuevamente estamos los dos en la puerta de mi casa, adentro del auto, esperando a que alguno diga algo.

Exhalo y espero algo de su parte y como no obtengo nada, me bajo del auto, como puedo, con mi mochila.

Por si regresas.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora