Capítulo 8

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HARUKI

Llevaba varios días sin ver a Dominik. La realidad era que no me atrevía a darle la cara. ¿Qué iba a decirle? Podía echarle la culpa al alcohol, pero ¿Y si no me cree?, aunque bueno, él tampoco se había atrevido a venir. Pensé que tal vez nuestra amistad se había terminado definitivamente, hasta que una tarde del sábado lo vi entrar al restaurante como aquellas veces.

—Me estoy muriendo de hambre —comentó con una leve sonrisa—. ¿Podrías traerme una sopa de fideos por favor? No sabes cuanto la eché de menos.

—Si, ahora te la traigo.

Me di la vuelta y me dirigí a la cocina. Una vez dentro me di cuenta que estaba temblando de los nervios. Intenté relajarme y servir un tazón de fideos. Cuando salí de la cocina, caminé con firmeza hasta su mesa, me detuve y coloqué con cuidado el tazón sobre la mesa.

—Disfruta tu comida —añadí antes de darme la vuelta e irme.

—Espera —se apresuró a decir—. ¿No te gustaría acompañarme mientras como? Claro, si está permitido hacerlo.

Lo miré desde una corta distancia.

—¿De verdad quieres que te acompañe? —inquirí con sorpresa.

—Si, no quiero comer solo.

Tomé la silla que se encuentra justo frente a él y me senté en ella. Dominik comenzó a comer en silencio. No mencionó nada sobre lo sucedido, ni yo a él. Me recargué en la silla y lo miré por unos segundos. Me conformaba con verlo de lejos.

—El profesor Heinrich me preguntó por ti —comentó mientras le daba un sorbo a la sopa—. Le dije que has estado ocupado.

—¿Ah sí? —repuse.

—Realmente le has caído bien.

—A mí también me ha caído bien —añadí.

—¿Te gusta?

—¿Qué cosa?

—La camisa, es la que me regalaste de cumpleaños.

Lo observé detenidamente. Era verdad. Llevaba puesta la camisa color crema de manga larga que le había regalado en su cumpleaños. Me percaté también que llevaba una corbata color verde oliva de rayas. Realmente se veía muy atractivo.

—Te favorece —respondí—. Ese color te sienta bien, y eso es raro de ver, no a cualquiera le quedan bien esos colores.

—¿De veras? —asentí—. ¿Me estás mintiendo?

—Intento ser siempre lo más sincero posible —afirmé.

Estuvimos unos momentos en silencio mientras él continuaba comiendo y yo observándolo de vez en cuando. Dominik dejó el tazón sobre la mesa una vez terminado, y después tomó una servilleta para limpiarse las comisuras de sus labios.

—Dominik ¿Cuál es tu sueño? —inquirí poniendo los codos sobre la mesa.

—No lo sé. Nunca antes había pensado en eso —respondió, dejando la servilleta a un costado del tazón.

—Los sueños no siempre deben ser grandes —comenté—. Piensa en algo que te haga feliz.

Dominik estuvo unos minutos en silencio pensando en una respuesta.

—No hay nada que me haga feliz —contestó.

—¿Nada? —él negó con la cabeza—. ¿Ni aunque sea un poco? Ya sea escribir, viajar...

—Ahora que lo dices, tal vez tener familia —agregó.

—¿No tienes familia? ¿Qué hay de tu papá? —pregunté desconcertado.

La vida que no tuvimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora