Capítulo 19

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HARUKI

Hoy es el último día de Dominik conmigo. Mañana se mudaría a la casa de su padre para comenzar con los planes de boda. Íbamos caminando por las calles en silencio, cuando Dominik rozó su mano junto a la mía con suavidad, sabía que él también quería sostener mi mano como yo la de él, pero en público era difícil.

—¿Crees qué si nos tomáramos las manos la gente nos juzgaría? —pregunté.

—Lo más probable es que sí, la gente nos verá como raros y anormales.

—Tienes razón, tal vez hasta nos quemen en una hoguera.

—Antes de que nos quemen, me gustaría comer —añadió.

—¡Es verdad¡ Vayamos a comer algo.

—¿Qué tienes en mente?

—Podemos ir a comer a tu casa —propuse—. Es raro que te invite a tu propia casa.

Dominik soltó una risa.

—Vamos, pero tendrás que cocinar tu.

—Trato hecho —esbocé una sonrisa.

Nos dirigimos a la residencia de Dominik, que estaba a unas cuadras de donde estábamos.

—La comida estará en 15 minutos, ¿Te importaría esperarme sentado? —comenté antes de comenzar a cocinar.

—¿Qué dices? déjame ayudarte.

Negué con la cabeza.

—Espera aquí mientras yo cocino, mientras tanto, puedes leer o estudiar, o simplemente descansar, te lo mereces por todo tu esfuerzo.

Dominik no protestó. Lo observé de reojo por un momento desde la cocina. Dominik había tomado mi cámara y ahora estaba mirando las fotografías que tomé en silencio, lo contemplé con tanta admiración.

—Si puedo ayudarte en algo, dímelo —comentó sin quitar la mirada de la cámara.

—Tranquilo. Estoy acostumbrado a hacerlo solo.

Comencé a cortar el tomate y la cebolla en rodajas, mientras ponía a hervir pasta en una holla. Preparé un platillo con los pocos ingredientes que Dominik tenía. Una vez listo, acomodé los platillos en la pequeña mesa de madera.

—Haruki, esto es demasiado —exclamó Dominik con asombro.

—Come, que se enfriará la comida.

Tomamos asiento en la mesa para comenzar a comer. Dominik se llevó a la boca una cantidad de espagueti.

—Está delicioso —logró decir con la comida en la boca—. ¿Alguna vez has considerado dedicarte a la cocina?

—Lo llegué a pensar, pero creo que no es lo mío.

—¿Qué dices? —sonrió—. Aún así eres muy bueno cocinando.

—Tal vez, pero lo mío es la fotografía —añadí.

—Tienes toda la razón.

Después de un largo rato. Nos encontrábamos acurrucados en su cama en silencio. Por primera vez en mi vida el silencio era tan ensordecedor.

—Haru —me llamó. Alcé la mirada para verlo—. No estés triste. No me gusta verte así.

—Es que tan solo pensar que no te veré, me rompe el corazón.

—Lo siento tanto, de verdad. No me gusta ser el causante de tu dolor.

—No lo sientas, entiendo que no tuviste opción.

La vida que no tuvimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora