HARUKI
Una mañana del mes de Marzo el sol entraba por aquella ventana vieja y algo rota. En la radio sonaba una canción country alemana que nunca antes había escuchado. Tenía esa costumbre de encender la radio cada mañana en que me despertaba, así alistarme para prepararme para un nuevo día que me esperaba en el restaurante de mi madre.
—Haruki, apresúrate —gritó mamá—. Debo ir a abrir el restaurante.
—¡Ya voy! —respondí.
Una vez listo, salí de mi habitación. Afuera en la sala mi madre me esperaba con el desayuno ya hecho.
—Dejé el arroz en la arrocera, sírvete el desayuno que ya se me hizo tarde —añadió mientras salía de la casa con prisa.
—En un rato te alcanzo —contesté antes de que se fuera.
Mientras me acercaba a la arrocera, tomé la cuchara que se encontraba adentro y un tazón de cerámica para después, comenzar a servirme arroz blanco. En la mesa se encontraban los demás platillos listos para ser comidos. Me senté en la mesa de madera y me apresuré a desayunar. En ese pequeño espacio donde me encontraba sentado, saboreé la comida de mi madre. Desde hace ya doce años que mi madre y yo nos habíamos mudado a Múnich, Alemania después de la postguerra. Y desde ese tiempo, mi madre había abierto un restaurante de fideos. Desde entonces ella ha trabajado día y noche en ese lugar para salir adelante. A mí a veces me molestaba tener que verla esforzarse demasiado, trabajar tantas horas en aquel restaurante era agotador para su edad.
Así que desde hace un tiempo, renuncié a estudiar la universidad para ayudar a mi madre, aunque a veces me digo a mí mismo que es solo una pausa, que más adelante podré estudiar lo que yo tanto deseo que es la fotografía. Mientras tanto, en mis días libres salgo a las calles a tomar fotografías o grabar videos de lugares o personas que me dicen algo.
Aquella misma tarde, salí a caminar en busca de lugares o gente para fotografiar. Mientras caminaba por las calles, observé a las mujeres caminar por las calles portando sus trajes elegantes con diseños geométricos y llenos de colores brillantes. Algunos hombres bien vestidos iban de un lado a otro, unos fumando, otros hablando, algunos leyendo el periódico, la mayoría iba con prisa, tal vez van o vienen del trabajo. Pude notar que algunos se dirigían a la estación de tren, cada uno de ellos se dirigen hacia un destino. La dura ciudad hace que los rostros sean inexpresivos, casi vacíos. A veces me pregunto ¿cuál es el sentido de la vida? ¿qué es lo que la gente espera? ¿realmente esperan algo? Incluso algunas veces yo no sé qué espero de la vida, pero después de un rato se me pasa. Pero días como hoy, es cuando ese sentimiento permanece por más tiempo.
Siento que he perdido algo que no logro percibir. Nunca he sabido a que aspirar más allá de la vida, más que a la fotografía. Es lo único que me llena y lo único que conozco, aunque bueno, hay algo que realmente aprecio, y ese es el aroma que desprende la sopa de fideos de arroz que mi madre suele preparar, el sonido que produce el huevo que se fríe en la sartén, la manera en la que mi madre corta aquellos champiñones, firmes y grandes, el vapor que sale de la olla mientras los fideos se cosen. Al mezclarse todos los ingredientes, los sabores se realzan y satisfacen el paladar de cualquier persona de la ciudad. Y al finalizar la sopa, se sirve en un tazón grande y blanco, donde las personas disfrutan la sazón de mamá, aquel sonido al masticar y sorber los fideos que mi madre les prepara, derrite mi corazón. A veces me gustaría ser un cocinero y tener un restaurante que se haga conocido en todo el mundo, y que las personas disfruten tanto de la comida como yo disfruto la de mamá. Después me doy cuenta que no es así. La comida de mamá es lo único que me provoca ese sentimiento. Tal vez ese sueño no es mío, sino el de ella. Tal vez mi felicidad se basa en pequeñas cosas, tal vez mi felicidad es distinta a la de los demás o tal vez, no sé lo que realmente es la felicidad.
Mientras caminaba por aquella calle estrecha, logré sentir el aire frío recorrer mi piel, para ese entonces ya no vi gente ir de un lado a otro, sino que era el único en aquel lugar desconocido, pero entonces, a lo lejos logré ver un rostro totalmente distinto, no uno inexpresivo, sino uno con alguna extraña e inexplicable expresión, tal vez cálida o tal vez triste. Pensé que no podía desaprovechar esta oportunidad, así que saqué mi cámara para tomarle una fotografía a aquel joven que se encontraba sentado en una mesa mirando hacia la nada, aquella escena me pareció espectacular, pero al mismo tiempo nostálgica. Permanecía tan relajado e inerte como si no estuviese aquí. En el fondo se encontraba un jardín repleto de árboles, tal vez le pertenecían a la universidad. Alcé la cámara y tomé una fotografía de él. Fue entonces cuando alzó la vista y me miró, lo vi levantarse de la mesa y caminar hacia mí dirección, bajé la cámara al percatarme que lucía algo molesto.
—¿Qué haces? ¿Me acabas de tomar una fotografía? —preguntó una vez que llegó a mí.
Su cabello rubio resplandecía con los rayos del sol, y aquellos ojos azules me miraban con algo de enfado.
—Ah, yo... lo siento —me disculpé—. Verás, me gusta la fotografía, y cuando te vi sentado mirando a la nada me pareció una buena toma.
—Eso no te da derecho a tomarme una fotografía sin mi permiso —espetó con algo de enfado.
—Tienes razón, lo siento si te incomodé —añadí apenado—, pero tampoco es para que te molestes.
—¿Ah no? —soltó una risa absurda—. Acabas de tomarme una fotografía, ¿eso para ti no es nada?
Lo miré en silencio por un momento. Aquel joven era quizás un año mayor que yo, físicamente lucia agradable, lo cual no coincidía con él, no podía entender por lo malhumorado que estaba.
—Bien, borraré la fotografía —dije resignado.
—Me parece perfecto.
Alcé la cámara y fingí borrarla.
—Listo —mentí.
Aquella fotografía era realmente buena y no iba a eliminarla solo porque se molestó, aunque claro, está en su derecho, pero ¿Cómo iba a saberlo?
Aquel chico se dio la vuelta y regresó a su lugar. Yo también me di la vuelta y salí de ahí lo más rápido posible. Cuando llegué a casa, saqué mi cámara y observé cuidadosamente aquella foto de ese joven desconocido. Por alguna extraña razón, se convirtió en una de mis fotografías favoritas.
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La vida que no tuvimos
RomanceDominik es un joven Alemán que ha llevado una vida difícil, un día se ve obligado a hacer algo que le cambiará la vida, pero no sin antes conocer a Haruki, un joven Japonés algo peculiar y curioso que le hará ver el mundo de una perspectiva diferent...