Cap 37: Yo ya me culpé

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Matheo

Me siento en el sofá solo en pantalones de pijama mientra como papitas. He estado toda la mañana solo ya que Leo se fue luego de que Nora la llamara llorando diciendo que tenía una emergencia. Si hubiera llamado solo unos minutos después probablemente hubiéramos tenido un mañanero, pero no fue así, ya que llamó justo cuando Leo comenzaba a jadear mientras la besaba.

Nora la llamó y Leo como buena amiga se levantó de la cama con el calentón y salió corriendo a consolar a Nora, dejándome a mí solito y abandonado con una erección del demonio.

Enciendo la tv y está en las noticias, hablan del asesino/na M y de la misteriosa forma en la que dieron de baja el caso, a Leo le encantaría ver esto. La he estado observando, a pesar de la poca información que hay, ella investiga. Nunca habla de eso pero siempre que puede se encierra en su habitación y intenta buscar algo en internet y cosas, no le va muy bien encontrando pistas pero aun así ella se entretiene en eso.

Me quedo en el canal de las noticias en donde informan de más asesinatos de M y de que a pesar de que sigue sucediendo, nadie investiga. Me aburro y empiezo a ver una pelicsula.

Miro mi teléfono esperando un mensaje de Leo, al menos que me diga que quiere que la vaya a buscar pero tal mensaje no llega.

Me termino la bolsa de papitas y en un momento me quedo dormido.

Me despierto al escuchar la puerta de entrada cerrarse, abro los ojos de golpe y me levanto, camino a a entrada y ahí está Leo quitándose su abrigo, en mis labios se forma una sonrisa.

—¿Me estabas esperando? —pregunta con una sonrisa burlona.

—La casa es aburrida sin ti —digo casi haciendo un puchero—. ¿Por qué no vas a ponerte tu pijama y a quitarte el paquillaje mientras yo busco una película para después no verla? —digo con entusiasmo, ella suelta una risita mientras comienza a caminar por el pasillo entusiasmada con la idea de ponerse pijama y ver una película conmigo.

Vuelvo a la sala y tomo en control buscando una película, pero me detengo al oir el timbre sonar. Me levanto del sofá. Con un poco de fastidio, dejando el control sobre la mesita de centro y me dirijo a la puerta.

Es extraño que venga gente a casa cuando nadie ha sido invitado. Pienso en quién podría ser, las personas que más nos visitan sin avisar son, Diego, Nora o Nicky.

Abro la puerta y un agujero se forma en mi pecho, la respiración se me atora en la garganta y los recuerdos borrosos de la noche en la que Helena desapareció se me arremolinan en la cabeza como un humo espeso que no me deja ver con claridad.

La garganta se me cierra y mis puños se aprietan con ira.

—¿Qué haces aquí? —pregunto con rabia.

—Así que era cierto —dice la escoria pasando por mi lado entrando en el apartamento—, vives en una pocilga.

Siempre ha sido así, arrogante, creído, despreciable, y lo peor es que se parece a mí.

Lo veo caminar hasta la sala, yo cierro la puerta y veo a Leo salir del pasillo con el ceño fruncido al ver a mi padre entrar en la casa como si fuera suya, ella me mira aún confundida y yo cierro los ojos botando un suspiro de molestia.

—Bien, ¿Me dirás qué haces aquí? —pregunto entrando a la sala con Leo a mi espalda. Mi padre se voltea y la mirada lasciva que le da a Leo no pasa desapercibida, ni para ella, ni para mí, ni para nadie que tenga ojos.

—He venido a ver a Helena —dice al fin mirándome a mí.

—Por si no lo sabías, Helena está en un cementerio, muy muerta, no en mi casa, así que gracias por tu indeseada visita, te pediré que te largues ahora —digo con una sarcástica cortesía.

Ángeles y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora