Capítulo 9🔥

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Me preguntan qué es lo que veo en ti. Sonrío, agacho la cabeza y no respondo, porque no quiero que también se enamoren de ti.

 Sonrío, agacho la cabeza y no respondo, porque no quiero que también se enamoren de ti

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Narra Rose.

Llego al colegio de los niños y esta vez noto que es diferente, la profesora del curso de Zoe e Ian está con ellos, además de con Liam. Me acerco y a medida que lo hago, noto que me mira de manera extraña. ¿Qué sucede? ¿Se metieron en problemas?

—Buenas tardes, profesora. ¿Sucede algo? —inquiero yendo directo al grano. No me gusta la manera en la que me mira. Es como me mira Selene todo el tiempo: Juzgando. La diferencia es que no sé qué es lo que ella puede juzgarme a mí.

—Buenas tardes, señora Lombardi. Me gustaría hablar con usted sobre algo que me han contado los niños hoy —informa. Asiento para que prosiga—. Niños, ¿por qué no van a jugar un rato? —Se dirige a mis hijos.

—No. Si ellos fueron los que le dijeron algo, quiero que estén presentes —digo firme. La profesora me mira mal.

—Preferiría no seguir traumandolos más —comenta. Suspiro. ¿Traumar qué?

—¿Por qué sería un trauma para ellos escuchar lo que ellos mismos le han dicho? Además, son mis hijos, yo decido lo que hagan y quiero que se queden aquí —sentencio. Vuelve a mirarme mal, o, mejor dicho, no ha dejado de hacerlo, pero asiente esta vez.

—Bien, como quiera. Verá, sus hijos me han dicho que usted tiene una relación amorosa con su abuelo, es decir, con el padre del padre de los niños —empieza. Suspiro nuevamente.

¿A qué viene eso?

Ahora sí tiene sentido su mirada juzgadora con la de Selene. Las dos son iguales.

—¿Eso le presenta algún problema para usted? —inquiero, haciendo notar que no me mortifican sus palabras.

—Para mí no, el único problema es que los niños no deberían de crecer con esa clase de confusión. Ya han sido remitidos con la psicóloga del instituto y para ellos el hablar de eso es lo más normal del mundo. Le han dicho que desde que tienen uso de razón, usted está con el señor Marcus, quien no es más que su abuelo. ¿Cómo pretende que eso sea algo normal para ellos? —replica. Bufo sin respeto alguno. Odio el hecho de que hable español porque eso me limita el poder insultarla en ese idioma.

—Lo único que creo es que usted no debe remitir a mis hijos al psicólogo sin la autorización de los padres. Además de que no tiene derecho de entrometerse de esta manera en nuestra vida. ¿Acaso ha visto algún comportamiento en mis hijos que le haga creer que ellos están recibiendo una mala educación por mi matrimonio con su abuelo? —cuestiono sin dejarme amendretar.

—No necesito la autorización de los padres para remitir con el psicólogo a niños que claramente necesitan ayuda de ellos. Y, me entrometo en su vida porque creo que lo que está haciendo es inmoral y no debería de hacerlo más. Está dando a entender a los niños que pueden estar con el hijo y con el padre o con la hija y con la madre. ¿En qué civilización, eso es normal? —increpa. Froto mis manos para controlar el deseo infernal que me insta a plantarle una sonora bofetada por metiche.

¿A ella qué le importa mi vida?

Es mía, no de ella.

—Le voy a agradecer que antes de hablar o suponer situaciones en mi familia, se calle y busque otras cosas en las que ocupar su tiempo que no sea mi vida o la de mis hijos. Ya le dije que mi vida privada no es de su incumbencia. Mis hijos vienen a estudiar, no a que le critiquen la relación que yo manejo con mi esposo. ¿Bien? Otra cosa, mis hijos no van a ir a ningún psicólogo y si me entero que lo vuelve a hacer, la demandaré por incumplimiento de las reglas del instituto —advierto. Sin darle tiempo a responder, me giro a los niños y ellos me siguen de camino al auto sin mediar palabras.

Una vez adentro, conduzco sin encender el radio. Estoy demasiado enfadada para hacer eso.

Apenas me detengo en el primer semáforo, aferro mis manos al volante y grito de frustración. Después de ese grito, me siento mejor, pero no tanto. No me sentiré del todo bien hasta que vea a Marcus, le cuente y él me ayude a comprender que no está mal el amarnos.

Sabía que esto sucedería en algún momento, pero odio el hecho de que quieran dar a entender delante de mis hijos que el que Marcus y yo nos amemos, está mal. No es así.

—Mamá Rose —habla Liam desde los asientos de atrás de la minivans. Estoy por llegar a la tienda de helados de siempre.

—Dime, cariño —digo ya más calmada. Ellos no tienen la culpa.

—Yo no creo que esté mal que estés con abuelo Marcus. Mi mamá también dice que no es correcto, pero papá asegura que ustedes se aman y cuando las personas se aman, deben estar juntas si entre ellos no hay una unión sanguínea —dice, haciendo que sonría.

Ignoro el hecho de que Selene le esté diciendo que mi relación con Marcus está mal, pero valoro que Ian lo ayude a entender que aunque no es lo más normal, tampoco está mal. ¿Cierto?

No está mal que por fin esté con Marcus sin importarme todo el resto.

No está mal que después de todo lo que pasamos, por fin estemos juntos.

No está mal amarlo, porque cada que lo veo, mi corazón rebosa de felicidad y dicha por tenerlo en mi vida.

No está mal nuestra vida.

En lo absoluto.

Nos amamos y eso es lo que debe importar.

No le hacemos daño a nadie al amarnos.

Sufrimos durante mucho tiempo para resistirnos a esto que tenemos, que sentimos. Ya no más.

Me niego a estar sin Marcus.

Me niego a aceptar que las personas quieran opinar sobre nuestro amor.

Me niego a que quieran hacer de nuestro amor, algo malo y prohibido porque no es así.

—¿De qué quieren sus helados? —pregunto cuando ya hemos llegado a la tienda. Aunque ya sé de qué van a pedirlo, ellos no ordenan nada hasta que yo hago la pregunta.

Liam prefiere de chocolate.

Jordy de Oreo.

Y Zoe de limón. Esa es mi hija, Jordy no salió a mí en cuanto al amor por el chocolate. Sigo odiandolo.

Yo pido uno para mí de maracuyá y pido uno de Ron con pasa para Marcus, otro de chocolate para Ian y aunque sé que no van a comerselo, pido dos de vainilla para Rocio y Selene. Ya saben, es una estrategia. Si ellas no se lo comen, me los como yo. Nunca falla.

Regresamos al auto luego de que los niños y yo comiéramos nuestros helados en la tienda y conduzco lo más rápido que la ley me permite hasta mi casa para que no se derritan los que pedimos para llevar.

Al llegar a mi casa, veo que el auto de Ian está aquí, por lo que es más seguro quedarme yo con el helado de Selene a que Liam lo lleve a su casa y se lo termine comiendo Ian. Es una competencia que tenemos con eso.

Lo sé, todo es una competencia entre los Lombardi y yo. Ja.

—Buenas, buenas —saludo a mi familia apenas entramos.

A Jordy poco le importa su estado y se apresura en llegar a Marcus, deja sus muletas sobre el respaldo del mueble y alza sus brazos para que Marcus lo alce y le de la tan esperada vuelta. Sonrío al verlos. Es inevitable no hacerlo.

Tengo una linda familia.

A la mierda lo que esa profesora diga sobre mi familia. Es hermosa. Fin.


Ajá, ahora, ¿qué creen que pase?

¿Teorías? Jajajaja.

Los leo.

Per Sempre. [Completa] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora