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Zeus. 13 de febrero del 2016, el Olimpo.

Evan entró al salón del trono, dejó a la albina en el suelo de forma delicada y se enderezó nuevamente con el rostro serio. El olor a ceniza inundaba el lugar.

—¿Es ella? —Atenea veía fijamente a la joven, notando algo que nadie más parecía hacer, pero no iba a decir nada.

—Así es —respondió Zeus, notando la magnitud del poder que parecía irse calmando.

—¿Qué haremos con ella? —preguntó Hera con seriedad.

Todos se mantuvieron callados, esperando un respuesta del dios del rayo que, aunque mantenía un semblante tranquilo, estaba sopesando todas las posibles respuestas a esa pregunta.

Evan estaba tranquilo hasta que la mirada de Zeus se detuvo sobre él, sus manos sudaron un poco y al instante supo que, lo que fuera que estuviera pensando el dios, no iba a ser nada bueno para él.

—Va a ser entrenada, por Evan —Ares lo miró seriamente y estaba por hablar pero con una mano Zeus lo detuvo—. Eres el hijo del dios de la guerra, la fuerza y la violencia, tienes conocimientos muy buenos para la guerra y eso es lo que ella necesita. Tiene la bendición de Ares, así que no le va a ser muy difícil seguirte el paso, también la ayudarás a controlar su magia.

—¿Un semidiós cuidando de una mundana? —Atenea interrumpió—. No es que no confíe en tus ideas, Zeus, pero Evan apenas está en entrenamiento.

—Tiene veinticinco años, Atenea, estuvo diez años en una misión, yendo de aquí para allá, yo creo que está capacitado. Así se va a hacer, Evan, lleva a la chica a su habitación luego vienes para continuar con esta conversación.

Evan asintió, cargó nuevamente a Elizabeth entre sus brazos y salió del salón dejando un gran silencio.

—¿Acaso estás demente? Es mi hijo, Zeus, esa chica no tiene ni un control sobre su magia, ¡provocó un maldito incendio! —suspiró para calmarse y continuó con voz tensa—. Si algo le pasa a mi hijo, no me importará que me quemes con tus rayos, pero te las verás conmigo.

El dios salió del salón a pasos veloces y con los puños cerrados, Zeus miró la puerta aporrearse y su mandíbula se apretó, sus ojos destellaron una vez como muestra de su creciente enojo.

—Aparte del entrenamiento… —empezó Dionisio con voz insegura— ¿Qué más haremos con ella?

—La aislaremos, como dijo Ares, sin un buen control de su magia ella es un peligro para todos, hasta que no tenga un buen entrenamiento no tendrá contacto con nadie más que con nosotros y Evan.

—¿Crees que sea buena idea? —preguntó Atenea con voz fría—. Según los informes que acabo de recibir, esa chica acaba de perder a su madre y amigos, fueron asesinados, por eso se descontroló y la pudimos encontrar, pero en estos momentos su magia y poder va a estar más inestable que nunca, podría hacer un desastre apenas despertando.

—¿Y si no quiere entrenar? —preguntó Artemisa esta vez.

—Evan lo solucionará, lo sé. No tiene mucha paciencia como para permitir que ella haga lo que quiera, va a saber mantenerla bajo control —se paró y se fue, alejándose de cualquier otra pregunta que pudieran hacerle.

Elizabeth Thompson

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Elizabeth Thompson. 17 de febrero del 2016, el Olimpo.

Sus ojos se entreabrieron. Una brillante luz la cegó por unos instantes y pronto distinguió las formas y cosas que la rodeaban.

Estaba en una habitación blanca, sólo había una cama, un armario y un escritorio, todo era blanco con detalles dorados en las cortinas y en las sábanas, no había más luz que la que venía de la ventana a su izquierda y la puerta a su derecha estaba cerrada.

—Al fin despiertas —de la puerta apareció un chico alto, el cabello dorado le llegaba a los hombros y sus ojos ámbar la analizaban—. Llevas inconsciente tres días, Elizabeth Thompson. ¿Recuerdas algo de la que pasó?.

¿Recordaba algo? Vaya que sí, recordaba todo con absoluta claridad, y quería llorar por todo lo que había pasado, pero antes debía saber que estaba pasando. Tenía la misma ropa que se había puesto antes de todo, eso fue un alivio.

Sentía sus labios secos y su piel un tanto polvorosa, pero no le importaba, necesitaba saber cómo se había provocado el incendio, y necesitaba alejarse de ese desconocido.

El rubio se alejó de la puerta y empezó a caminar hacia la ventana, y ella aprovechó eso. Se levantó de la cama y salió de la habitación, empezó a correr lo más rápido que pudo, pero sus piernas temblaban por la inactividad de su cuerpo por tanto tiempo.

Dobló en una esquina y chocó con un grupo de tres chicas altas, se tambaleó pero siguió corriendo, ignorando los gritos que la llamaban por su nombre. No quería saber cómo la conocían.

Detuvo su huida cuando no tuvo a dónde ir, el pasillo se había terminado, sólo quedaba un cuarto  sin paredes, tenía unos barandales de piedra blanca, no tenía techo. Se asomó con la idea de saltar pero una sensación de vértigo la atacó cuando supo que estaba muy, muy lejos del piso.

—No creo que te atrevas a saltar a esta altura, ¿o sí, humana? —la voz burlona del joven rubio la tomó por sorpresa, se volteó apoyándose en el barandal.

—¿Dónde estamos? —preguntó desesperada.

Desde su perspectiva, estaban en una montaña, una gran montaña de piedra en la que había una gran casa en la punta. En medio del mar, aislados.

—Bueno, niña, estamos en el Olimpo, hogar de dioses, semidioses y criaturas mitológicas

El Olimpo, había oído innumerables historias sobre él, pero eran solo eso, historias. Los dioses no existían, eran solo los personajes principales de la mitología griega que era eso, un mito.

Negó con la cabeza mientras se reía nerviosamente, sin saber en qué manicomio la habían metido, o con que loco estaba tratando.

—No existe, todo eso no existe. Es falso.

—Odio a los humanos —susurró Evan—. Todo eso es real, las historias, la magia, los dioses. Incluso los semidioses.

—Pruébalo.

—Niña, si quieres una prueba, tú eres la más verídica que puedes encontrar. Lo creas, o no.

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Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora