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Elizabeth Thompson. 10 de agosto del 2017, el Bosque Oscuro.

Las hojas secas crujían bajo sus botas de cuero marrones cuando pasaba lentamente por sobre ellas, caminando lo más sigilosamente posible por entre los árboles de aquel bosque oscuro.

No podía ver nada más allá de los quince metros, se sentía perdida. Notaba la mirada de muchas personas en su nuca, supuso que eran los semidioses, observando a través de las gotas de agua en los árboles gracias al poder de Poseidón. La noche anterior había caído un diluvio sobre el Olimpo, todo estaba mojado.

Evan le había hablado sobre ciertos poderes que tenían los dioses, el primero que le llegaba a la mente era que Poseidón, el dios y rey del mar, podría usar el agua cómo ojos. Era un don interesante, pensó en su momento, pero en esos instantes le jodía sentir tantos ojos sobre ella.

Llevaba ya alrededor de dos horas caminando, sin un rumbo fijo en realidad, giraba a la izquierda, caminaba en línea recta unos minutos y luego giraba a la derecha de nuevo, y viceversa, ya casi no recordaba de dónde venía.

Empezaba a hartarse, Evan le había advertido de que si no volvía con esa cabeza, sería su sentencia de muerte, y ya llevaba bastante tiempo ahí, simplemente no encontraba nada, no quería pasar la noche en ese lugar oscuro y tétrico, no sobreviviría la noche ahí.

Escuchó un sonido a sus espaldas, volteó rápidamente con la espada preparado para la batalla, pero no encontró más que una huella.

Bajó la espada pero no la guardó, se hincó junto a ese desnivel en la tierra, la observó y luego buscó a sus alrededores una más. Siguió las cuatro huellas que encontró, y pronto lo notó.

La estaba siguiendo.

Quizás desde ahora, o quizás desde que entró a ese bosque, pero esa bestia, fuera lo que fuere, sabía de su presencia en el bosque.

Se levantó de golpe y un fuerte golpe la tiró de nuevo al suelo con un gran dolor en la parte inferior del cuerpo sacándole un grito.

En el suelo, tratando de levantarse, notó la suerte que tuvo, si se hubiera levantado un segundo más tarde, ese golpe le habría roto la columna vertebral y la habría dejado inválida, eso si no moría por el golpe primero.

Escuchó unas pisadas pesadas que caminaban hacia ella y rodó por la tierra justo cuando dos grandes puños marrones golpearon el suelo hasta hacerlo temblar, eso habría destrozado su cuerpo.

Un gruñido la hizo estremecer, e ignorando el dolor que le recorría la cadera y sus piernas se levantó, se puso en posición de pelea, con la espada en alto y el ceño fruncido, realmente tenía miedo.

Un gran minotauro de alrededor tres metros de altura, con el cuerpo musculoso y lleno de cicatrices apareció frente a ella, sus ojos estaban llenos de odio, y su pupila no era más que un punto negro a esa distancia.

El puño de la criatura pasó por encima de su cabeza cuando ella se agachó para esquivar ese ataque, asestó un golpe con si espada en el antebrazo del minotauro, pero no le hizo más daño que lo que le haría a ella un arañazo de gato.

Aun así, la bestia se enfureció al notar ese corte, empezó a atacar de forma rápida y precisa, Elizabeth apenas era lo suficientemente rápida cómo para esquivar sus golpes.

Los nervios la atormentaban, por ello le era casi imposible invocar a algún rayo aunque lo intentara con su mano derecha, sólo conseguía mostrar algunas chispas. Aún no terminaba de controlar su magia.

Se detuvo y sacó su arco y una flecha, viendo cómo el minotauros se preparaba para atacar, Elizabeth le disparó en un ojo. Su gran cuerpo se tambaleó mientras cubría su ojo herido, chorreante de sangre de un rojo igual de oscuro que el bosque.

Aprovechó para atacar con la espada, hacía cortes en las patas y apuñaladas en los pies con la intención de que perdiera fuerza en las piernas y finalmente cayera.

Fue muy lenta pera evadir el golpe que el minotauro le dio, golpeó su costado izquierdo con tanta fuerza que la hizo salir volando hasta que chocó con un tronco de árbol seco.
Cayó al piso una vez más, con el cuerpo adolorido, rastros de sangre en la nariz y un labio partido.

Jadeó, respiró profundo viendo como aquel minotauro caminaba de nuevo hacia ella, con la clara intención de acabar con todo.

Supo que, si no lo mataba ahora, él la mataría a ella antes. Ya no tenía tanta fuerza en el cuerpo cómo para pelear.

Se levantó lo más rápido posible y empezó a esquivar los ataques del minotauro, la mayoría conseguía rozarle una parte del cuerpo, pero ella no se detenía.

Limpió la sangre que goteaba desde su nariz con el dorso de su mano cuando la bestia se detuvo, Elizabeth supo que de estaba preparando para un ataque.

Se preparó para esquivar el golpe, pero no estuvo preparada para esquivar el ataque que llegó. El minotauro corrió hacia ella con una velocidad imposible, con los cuernos por delante para herirla en alguna parte de su cuerpo y matarla de una vez por todas.

Se movió apenas lo suficiente para que el filoso cuerno de hueso blanco sólo le rasgara su brazo izquierdo con una herida tan profunda que podría desangrarla en cuestión de una hora, gritó por el intenso dolor que sintió, pero no desaprovechó la oportunidad cuando aquel ser gigante atoró su cuerno en el tronco de un árbol.

Sujetó la espada entre sus manos sintiendo cómo el dolor punzante de su brazo se expandía hasta su pecho, levantó el ya no tan brillante filo de su espada llena de manchas de sangre y la dejó caer dos veces sobre el grueso cuello del minotauro hasta que su cuerpo calló a la tierra luego de un gruñido que sacudió los árboles.

Jadeó, totalmente cansada y adolorida, con múltiples moretones en el cuerpo y la cara sangrando por doquier.

Era una estupidez, esa prueba lo había sido. Entrar al hogar de un ser que no ha hecho nada más que sobrevivir, que sólo trata de defender a su hogar y a los suyos. Pintarlos como bestias que sólo matan por diversión cuando sólo tratan de salvar a su especie…

Debía ser una maldita broma.

Se posicionó frente a la cabeza incrustada en el árbol, la agarró de los cuernos con su ropa rozando el cuello cortado y la jaló con un gruñido.

Jadeó una vez más y con pasos perezosos y la cabeza colgando de su mano derecha, empezó a buscar el camino de regreso al Olimpo, dándose cuenta de que estaba perdida.

—Maldita sea —susurró jalándose sus blancos y desordenados cabellos.

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Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora