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Elizabeth Thompson. 6 de septiembre del 2017, el Olimpo.

—¿Para qué te necesitaba Zeus? —le preguntó Arsen a Elizabeth.

Después de la reunión Elizabeth se dirigió al salón de entrenamiento, decidió que debería mejorar su puntería con las dagas si quería poder atacar a la distancia de más formas.

No sabía qué pensar sobre la supuesta “coronación” que Zeus había propuesto, era una forma muy ridícula de llamar al hecho de hacer público tu testamento, pero así le había dicho Hera.

Lanzó una última daga a la diana antes de voltear a ver a Arsen –una daga que no estuvo muy cerca del centro–.

—Al parecer Zeus cree firmemente que va a morir en la guerra con la Sombra —mencionó.

—¿Porqué lo dices? —frunció el ceño.

—Planea exhibirme cómo su hija frente a todos, y en eso aprovechará para nombrarme “heredera del Olimpo” —bufó con desagrado.

—¿Y eso es malo? —él hubiera rogado por tener ese puesto meses atrás.

—No. Pero no quiero ser heredera de nada, menos de algo que se relacione con todo esto —tomó agua de la botella que tenía en el suelo.

—¿Porqué? —cuestionó un tanto descolocado. Él supuso que después de todo eso, la guerra y demás, ellos podrían tener una vida ahí, en el Olimpo.

—Mira yo… —lo miró a los ojos, pudo notar la desilusión en ellos—. Esta no es mi vida, en realidad, yo no tengo una. Pasé toda mi infancia encerrada entre cuatro paredes, si no era prisionera de la pobreza lo era de la riqueza, y ahora soy prisionera de un futuro que yo no escogí.

Trataba de explicar cómo se sentía con toda esa presión en los hombros, pero describir cómo se sentía parecía no ser lo suyo.

—Después de que todo esto acabe, voy a volver a Orlando —afirmó—. No quiero estar el resto de mi vida rodeada de espadas, bestias y batallas en las que todos esperarán siempre que yo los salve, no quiero eso, yo quiero vivir cómo nunca lo he podido hacer. Actuar, pensar y decir lo que yo quiera, sin tener que cumplir las expectativas de los demás.

La mirada de Arsen estaba perdida en la contraria, analizando hasta el último centímetro del rostro de Elizabeth, reconociendo toda la tristeza y anhelo que sentía. Anhelo por vivir.

—Por favor Arsen, dime que lo entiendes —susurró.

Rodeó los hombros de Elizabeth con sus brazos, pegándola a su pecho y apresándola con su cuerpo, sintiendo cada uno de los latidos de la albina contra él.

—Cuando todo esto termine… —susurró contra sus cabellos—. Nos iremos tan lejos que ni una bestia o algún oráculo nos va a encontrar —prometió Arsen—. Sólo seremos tú y yo, y la vida que nos espera.

—Cuando todo termine —aseguró, enterrando su cara contra su pecho y devolviendo el abrazo por la cintura.

No le dolía abandonar toda su vida, no le dolía si era por ella, no le importaba en lo más mínimo. Él cruzaría mar, cielo y tierra para conseguir la libertad que Elizabeth buscaba. E incluso el mismo infierno.

Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora