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Elizabeth Thompson. 19 de septiembre del 2017, el Bosque Oscuro.

Su mirada estaba clavada en ella, y Elizabeth sentía que podían ver hasta lo más profundo de su ser, escaneando cada pensamiento e idea de escapar que se le podría ocurrir.

Pero sabía que no había forma de hacerlo, al menos no viva. Así que sólo respiró y respondió.

—¿Qué esperas, entonces? —preguntó en un gruñido bajo, con la respiración agitada—, sólo mátame de una vez.

Rosé río, de una forma tan macabra que le aseguró que ni morir sería sencillo con ella.

—Oh, pequeña Eli, te dije que no me gusta aburrirme —respondió—. También dije que podría hacer lo que quiera contigo, y yo quiero una batalla que no sea fácil.

—¿Quieres que nos peleemos?. Creí que eras más elegante —murmuró, intentando hacer una broma con aire a superioridad, pero sólo se pudo sentir su enojo.

La mujer volvió a reír.

—No, hija mía, quiero que usemos las espadas —aclaró, alejando la espada de oro oscuro de su cuello.

El color negro de la espada brillaba lo suficiente cómo para que se viera aún en ese entorno oscuro, era muy sencilla, la hoja era larga y afilada hasta la muerte, con grabados que provocaban ansiedad a cada lado, casi eran invisibles, y el pomo era la verdadera obra de arte.

Parecían un montón de raíces enredadas entre sí, hasta cubrir la base de un zafiro tan brillante como el mar, y de un azul tan profundo que era hermoso. Y justo de dónde se sujetaba la hoja, dos raíces, a cada lado, se extendían hasta formar una curva y terminar de una forma muy puntiaguda.

Eso también podría hacer una herida profunda, y estaba tan cerca del pomo que el enemigo tendría total acceso a ella.

No tenía ni idea de en dónde había conseguido aquella espada, pero aunque sabía lo que significaba aquel color tan oscuro, no podía evitar sentir que era hermosa.

Acomodó su espada en su mano y la levantó, tomando posición defensiva, dando así el inicio de la batalla.

Rosé se retiró la máscara, dejando expuesto aquel rostro que aún estaba fresco en los recuerdos de Elizabeth.

Supo al instante que era una forma de distraerla, de hacerla dudar para matarla o no.

Pero no retrocedería, no cuando el Olimpo a sus espaldas, y todos sus guerreros y semidioses, estaban dando su vida por el mundo, y estaban depositando toda su confianza en ella de forma ciega, sin saber si en algún momento Elizabeth cambiaría de bando.

Así que apretó el pomo tan fuerte que sus palmas podrían haberse puesto rojas, y sintió sus ojos volver a destellar, sólo una vez, pero con una seguridad que no podría ser rota.

Rosé atacó, con tanta violencia que Elizabeth sólo pudo esquivarla, la hoja oscura se clavó en el tronco tan profundo que la albina se sobresaltó, imaginando qué le habría hecho ese ataque a su cuerpo.

Elizabeth embistió con su espada, pero sorpresivamente Rosé retiró su espada del tronco sin esfuerzo y se escudó del ataque, siendo ella ahora la que intentó apuñalar a Elizabeth.

La albina estaba retrocediendo, atacando y esquivando, pero no podría hacer mucho por tanto tiempo, necesitaba preparárse.

Así que empezó a sumergirse en el pozo de su magia, de forma tan profunda que atravesó el agua que había considerado el final de ese lugar tan profundo, y la empezó a evaporar, dejando al descubierto aún más oscuridad que recorrer.

Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora