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Elizabeth Thompson. 3 de agosto del 2017, el Olimpo.

Estaba de nuevo ahí, en medio de aquella batalla sin final en la que, aparentemente, ella era la protagonista, golpeando con la espada y con los relámpagos que tenía a si disposición.

Todos estaban muriendo, los semidioses, los guerreros de la Sombra, sus amigos. No había un punto intermedio entre la vida y la muerte para aquellos que no bajaban la espada pese al miedo.

Sentía la magia eléctrica recorrer cada milímetro de su cuerpo, como su estuviera fundiéndose con él, era inagotable y eterna.

Pero ella, la Sombra, también era demasiado poderosa, ella también tenía un magia inimaginable e indestructible. Movía la espada con rapidez y precisión, cortando todo a su paso como si la espada de oro oscuro no fuera más que algodón en su mano.

No distinguía su cara, pero su podía notar sus brillantes ojos verde esmeralda que brillaban cada vez más cuando se iba acercando a Elizabeth, dispuesta a matarla.

Gruñeron, las dos, embistiendo con su espada al mismo tiempo y sacando chispas por el metal contra el metal, haciendo uso de toda su fuerza para dejar a la contraria en el suelo.

¿Pero cómo iban a hacerlo?. Parecían ser el otro lado de la misma moneda, pensaban igual, sus movimientos eran los mismos y parecían tener el mismo plan de batalla.

Los ojos verdes de la contraria parecieron prenderse con las flamas del infierno ya que tomaron un brillo con movimiento, como las brasas ardientes de una hoguera.

Y con una risa maquiavélica, la Sombra le hizo un corte profundo en el abdomen, cortando piel, intestinos y rompiendo el hueso de la columna.

El dolor fue tan real, que Elizabeth desertó sobresaltada, bañada en un sudor frío y con los cabellos meciéndose por la brisa que entraba por la ventana. Ella juraba haberla cerrado la noche anterior, justo antes de dormir.

Después de aquel breve e incómodo encuentro con los semidioses después del apagón, Evan la había sacado de ahí antes de que los otros pudieran siquiera decir hola, parecía muy tenso.

Habían “olvidado” el beso anterior y habían hablado de lo que pasó, Evan se había disculpado por la forma en la que había hecho salir sus poderes, y luego le suplicó que intentara controlar un poco mejor su magia para el día siguiente, ella prometió intentarlo.

El sueño la había incomodado, también estaba muy nerviosa, ¿y si durante la guerra ella también moría?. Tenía muchas cosas que hacer, tenía que terminar sus estudios, estudiar una carrera, cumplir sus sueños… tenía que aprender a ser feliz, no podía morir, al menos no sin hacer lo último.

Quería… no, necesitaba, ser feliz al menos un día de su vida.

Suspiró, intentando olvidar aquel mal sueño, y miró el reloj juntó a su cama, 5:03 a.m., aún quedaba una hora para que Evan fuera a buscarla a la habitación, decidió dormir un poco más.

El frío matutino le erizaba la piel, a las seis y media de la mañana, la neblina aún no abandonaba el ambiente y los pájaros ya habían empezado a cantar, incluso en las gradas del campo de entrenamiento de Ares, los semidioses ya habían empezado a...

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El frío matutino le erizaba la piel, a las seis y media de la mañana, la neblina aún no abandonaba el ambiente y los pájaros ya habían empezado a cantar, incluso en las gradas del campo de entrenamiento de Ares, los semidioses ya habían empezado a llegar.

Habían adaptado el campo para la prueba de ese día, habían añadido gradas alrededor del área de entrenamiento y puesto varias mesas de armas con muchas de cada tipo, otra prueba.

El hecho de que habían visto a Elizabeth y a Evan besarse el día anterior se había esparcido por todo el Olimpo, y muchos semidioses ya iban diciendo “la novia de Evan va a pelear!”, no sabía si eso le incomodaba o la ponía nerviosa. Más aún porque Evan estaba junto a Elizabeth, por lo que también él escuchaba todo aquello.

—Por esto me presionaste tanto ayer, ¿cierto? —murmuró, inconforme por la falta de información que había recibido.

—Me temo que sí —suspiró.

—Me pudiste haber dicho que me preparara para hoy, aún no estoy lista para hacer esto —murmuró lo último.

—¿Avisarte?, es una prueba, Elizabeth, eso no se avisa —la miró de reojo notando sus nervios y suspiró de nuevo, la tomó de los hombros y la miró a los ojos estando frente a frente, sin importarle que los semidioses en más gradas los observaran—. Escúchame, esta prueba es realmente peligrosa, si los dioses consideran que no eres apta para cumplir con tu misión, te van a matar.

—Gracias por el apoyo —agradeció de forma sarcástica.

—No es que no sepa que eres capaz de destruir a todos aquí, porque confío en ti —dijo, por primera vez, y Elizabeth elevó más cejas—, pero te enfrentas a una oponente hábil, fuerte e inteligente, y tú desconfías mucho de ti, abandona el miedo y concéntrate en no perder.

Fue el turno de Elizabeth de suspirar, aún más nerviosa que antes, pero no lo mostró. Una nueva duda se posó en su mente, ¿quién sería su oponente?.

Nadie lo sabía, pero a veces se escabullía en las tardes y veía los entrenamientos de los otros semidioses, todos eran, sin excepción, brutales, rápidos, fuertes, con un gran conocimiento en armas y despiadados, no le tendrían piedad a su oponente. Y ella debía igualar a uno de ellos.

Eso le parecía imposible.

—¿Quién será mi oponente? —preguntó Elizabeth, unos minutos después de que Evan volviera a su posición inicial.

Evan pensó si decirle o no, Elizabeth lo supo.

—Sé que la admiras —murmuró, y la albina notó que él sí sabía de sus escapadas a los entrenamientos—. Es Astra, la hija de Atenea, diosa de la sabiduría.

“Feliz día de mi muerte”, pensó.
Admiraba de sobremanera de esa chica, sabía su nombre por las veces que todos la llamaban, incluyendo su amigo pelinegro que, inevitablemente, le parecía lindo.

La consideraba hermosa, inteligente, talentosa y fuerte, notaba que su pasatiempo favorito era analizar la situación, un ejemplo a seguir, eso era para ella. Definitivamente.

Y ahora tendría que pelear con ella, por su vida, una oponente entrenada desde el nacimiento para pelar una guerra en la que bien todo el mundo podrían morir.

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Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora