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Elizabeth Thompson. 9 de febrero del 2017, el Olimpo.

Llevaba ya doce meses de entrenamiento, un año completo con una espada en la mano y horas de duras clases con Evan. Durante todo ese tiempo, no sólo había cumplido sus dieciocho años finalmente, sino que también había mejorado con diferentes armas.

La espada era la primera que había aprendido a manejar, y la más difícil, y luego sus favoritos eran el látigo y la vara de acero. Evan le había regalado un brazalete de serpiente que parecía tener vida propia, se convertía en látigo, pero también en vara, era increíble.

Sus corridas en las mañanas cada vez eran más sencillas, ya corrían más de treinta kilómetros en menos de dos horas, su velocidad había aumentado de forma increíble, los ejercicios matutinos antes del almuerzo también eran más ligeros por la práctica, y en las tardes, durante sus entrenamientos con armas, podían relajarse un poco y bromear un rato durante alguna batalla entre Elizabeth y Evan.

Casi no tenía tiempo para recordar que, hacía poco menos de un año –por días–, su madre había fallecido y ella había llegado al Olimpo gracias a ello.

Sus pesadillas seguían, cada vez con más frecuencia, incluso en las tranquilas noches de llovizna –sin truenos o relámpagos– llegaba a soñar con esa batalla que tenía con la enmascarada.

Elizabeth practicaba su tiro con arco en la sala de entrenamiento, Evan llegaba tarde por primera vez y ella se estaba impacientando.

La cuerda de su arco de madera oscura tallada con pequeñas líneas en forma de rayos se tensó cuando apuntó con su flecha de punta de plata, justo cuando dio en el centro de la diana, quizás unos milímetros más a la izquierda, Evan entró con un gran sonido de la puerta.

—Hasta que llegas —suspiró Elizabeth—, ¿la comida te hizo mal? —bromeó con una media sonrisa pero Evan no se la devolvió.

—Zeus necesita que te presentes en el salón del trono —informó con seriedad.

Zeus, el dios del trueno, no lo veía desde aquel día en que había dicho que entrenaran su resistencia, Evan era el que solía juntarse con Zeus para hablar de lo que tendría que entrenar.

Sus manos empezaron a sudar levemente, nerviosa del motivo de la llamada, Zeus le parecía un hombre imponente, no le daba miedo, y tampoco la ponía nerviosa, mucho menos era odio lo que sentía hacia él, solo que su estancia en el Olimpo dependía de qué tanta utilidad podría ofrecer –eso creía–, y si Zeus la llamaba de la nada, eso no podría ser una buena noticia.

Ya se había acostumbrado a su vida en el Olimpo, se había encariñado con Evan e incluso con algunas damas del servicio con las que chocaba en su habitación de vez en cuando. No quería dejar todo eso.

Evan relajó su expresión seria al ver el nerviosismo de Elizabeth, se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros mientras la guiaba a la puerta del salón.

—Tranquila, Liz —así solía llamarle—, no va a pasar nada malo, de seguro sólo es una simple reunión.

Mientras hablaban, iban caminando hacia el salón del trono, lugar al que llegaron después de cinco minutos de subir interminables escaleras.

Elizabeth se detuvo, hacía un año que no veía esas imponentes puertas blancas. Evan hizo fuerza con sus brazos y los músculos en su espalda se tensaron por debajo de su playera negra de manga larga al abrir las puertas para ella.

El material blanco se movió, dejando a la vista a los dioses sentados en sus tronos. Todos la veían con el rostro serio, algunos más que otros, pero pudo notar un pequeño destello en los ojos de Zeus junto con una imperceptible sonrisa.

Elizabeth entró y Evan con ella, al detenerse a una distancia prudente de los dioses, Evan hizo una reverencia de noventa grados, Elizabeth lo imitó con nervios.

—Veo que has progresado en este año, humana —dijo Zeus mientras la veía sin expresión—. Debo admitir que me sorprendió bastante tu considerable progreso en tan poco tiempo.

Elizabeth supo que eso era lo más cercano a un elogio que iba a recibir por parte de alguno de esos seres inmortales y poderosos.

—Evan, danos los detalles sobre el entrenamiento de Elizabeth, a partir de eso, decidiremos como seguir con ella —Hera tenía un rostro neutro, inclusive un poco enojada quizás.

Evan dio un paso al frente y la mirada de todos –incluida Elizabeth– recayó sobre él, Elizabeth rogó para sus adentros que no hubiera nada malo en ese informe.

—Elizabeth Thompson, de ahora dieciocho años, ha tenido un gran progreso —Evan empezó a hablar con naturalidad y seriedad digna de un guerrero de alto nivel, parecía que la mirada de los seres más poderosos del universo no le perturbaba en absoluto—. Sabe manejar la espada, el arco, las dagas, cuchillas gemelas y muchas armas más, también sabe elegir cuál es la más apropiada para la situación.

Elizabeth contaba hasta el diez al derecho y al revés una y otra vez, intentando calmar el zumbido en su oído izquierdo y sus dedos que jugaban entre ellos detrás de su espalda por nervios.

—Su resistencia también ha mejorado, su habilidad y destreza también —siguió Evan—, fácilmente podría pasar por una semidiosa nivel cuatro.

Los dioses se miraron entre ellos, algunos asintieron y otros negaron, pero al final Zeus habló por su cuenta.

—¿Porqué crees que aún eres nivel cuatro? —preguntó Zeus dirigiéndose a Elizabeth—. Hay diez niveles de habilidad entre los semidioses, normalmente alcanzan el nivel diez en unos quince años, tu avance es más rápido que el de los demás, pero es porque has entrenado a diario. Sin embargo, aún eres nivel cuatro cuando bien podrías llegar a ser nivel seis, quizás siete.

Elizabeth lo pensó, centrándose en todos los pequeños datos que Evan le había dicho a lo largo del año que habían pasado juntos. Los diez niveles estaban entre ellos, en una ocasión había mencionado que para llegar a ser nivel diez no solo debes saber pelear con armas, también debes controlar tus dones o tu magia, y ser uno con ella sin agotarse al instante. Pero claro, ella no era una semidiosa.

—No soy... una semidiosa —dijo en voz lo suficientemente alta como respuesta a la pregunta.

—¿Crees que es por eso? —cuestionó Zeus viéndola a los ojos, se recargó en el respaldo de su asiento—. ¿Porqué?

—Los semidioses tienen dones que yo no, entre ellos controlar parte del poder de sus padres, ustedes. Yo no soy hija de un dios, ni siquiera de una criatura mitológica, soy una simple humana, no tengo nada de especial —tragó saliva y pasó sus manos a sus costados.

—Ahí te equivocas —respondió Zeus después de un momento. Miró a Evan y luego regresó su vista hacia Elizabeth—. ¿Sabes algo de las bendiciones?

 ¿Sabes algo de las bendiciones?

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[ EDITADO ☑️ ]

Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora