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Elizabeth Thompson. 22 de agosto del 2017, el Olimpo.

Una chica le había llevado su ropa a las siete de la mañana, justo cómo Evan lo había dicho. No permitió que Elizabeth le dijera nada, solo se fue.

Con dificultad se incorporó en la cama, sujetando su abdomen con un brazo por el dolor, aunque su brazo también le dolía. Se bajó de la cama cojeando y un poco jorobada.

Era la primera vez que se paraba desde la prueba, porque por mucho que lo había pedido, Arsen no le había dejado hacerlo, diciendo que sus heridas aún eran muy recientes. Ahora le dolía hasta el último de sus cabellos por hacerlo sin ayuda.

Empezó a caminar hasta el baño, y con mucho cuidado de dio una ducha rápida, al salir se puso la ropa que le habían dado. Un ligero vestido blanco que le llegaba casi a la rodilla, la manga era larga y ajustada y la parte de arriba del vestido era con la apariencia de un corsé, pero no ajustaba.

También le habían dado un cinturón dorado con un detalle de hojas, y unas zapatillas sencillas blancas.

No habían más detalles.

Se amarró el cabello en una trenza un poco desordenada ya que su brazo no se podía sostener mucho tiempo, y cuando estaba por salir, la puerta fue tocada.

La abrió encontrando a un sonriente Arsen frente a ella.

—Buenos días —saludó él, siendo correspondido con una sonrisa por parte de Elizabeth.

—No esperaba que vinieras hoy —confesó.

—¿Tan poca fe tienes en mi? —cuestionó con fingida indignación—. Traje algo que quizás podría ayudarte, sé que quizás no te guste mucho la idea, pero no queda otra opción, Liz.

Le mostró a Elizabeth una silla de ruedas, se veía bastante cómoda en realidad, pero presentarse así con los dioses era un rotundo no, sólo la verían como alguien incapaz de levantar una espada.

Empezó a negar con la cabeza.

—Aprecio mucho el gesto, pero… —la interrumpió.

—No acepto un “no” cómo respuesta.

Agarró cuidadosamente a Elizabeth del brazo sano y prácticamente la obligó a sentarse en la silla, la albina no opuso mucha resistencia ya que sabía que si lo hacía podría lastimarse, aunque considerando lo muy cuidadoso que era Arsen, lo dudaba.

Empezaron a avanzar hasta llegar al salón del trono, Evan los esperaba en la puerta.

—No se suponía que vinieras tú —le gruñó Evan a Arsen.

—Buenos días para ti también —respondió Arsen con una media sonrisa, su contrario solo rodó los ojos.

—No te van a dejar entrar, los dioses manejaron esta reunión con suma discreción, no dejarán que cualquiera se entere de lo que sea que vayan a decir. Te recomendaría irte antes de que te llamen la atención —curiosamente no lo decía solo para que se fuera, sino porque sabía lo mucho que a Arsen lo deprimía que lo sermoneasen—. Ve con Astra, vuelve en una hora, estaba preguntando por ti.

Arsen vio a Evan y luego a Elizabeth, asintió decidiendo que ya llevaba varios días sin ver a su amiga.

—De acuerdo, nos vemos luego, Liz.
Le acarició los cabellos a la albina y se fue por el pasillo con las manos en los bolsillos de su pantalón.

—Levántate de esa silla si quieres que te tomen enserio —le dijo a Elizabeth—, no sé de qué trate todo esto, pero lo más probable es que sea sobre la prueba, no me han dicho mucho del tema.

Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora