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Elizabeth Thompson. 2 de agosto del 2017, el Olimpo.

Llevaba entrenando seis meses desde aquella vez en la que le había prometido a Evan y a sí misma que iba a demostrar que no era más que una niña estúpida, ¿y cómo iba?. Demasiado bien.

Ya había avanzado mucho desde aquella vez, ya podía controlar una mínima pero suficiente parte de sus dones, curiosamente, sólo había podido usar el trueno, o sea, su bendición de Zeus, pero eso no cambiaba el hecho de que, para ser una parte pequeña de su poder, era demasiado fuerte.

No podía pasar más de media hora usando su magia sin agotarla por completo y eso le molestaba de sobre manera, aún no encontraba el fondo de su poder, parecía ser más profundo de lo esperado y eso la asustaba. Y no sólo a ella, Evan y Zeus estaban bastante incómodos con eso, eran los únicos que sabían sobre el tema.

Elizabeth estaba entrenando con Evan, y los ojos de la albina empezaban a centellas con furia por las palabras de Evan que no dejaban de presionarla. Él quería ver qué tan grande era su poder, y supo que la única forma de hacerlo, era poniéndola furiosa.

—¡Dijiste que me lo demostrarías, hazlo! —gritó Evan, harto de ver cómo de las manos de Elizabeth solo salían pequeños reflejos de su poder.

Llevaban ya una hora haciendo lo mismo, las reservas de magia de Elizabeth estaban vacías y ella sentía estar cerca del agotamiento.

Pero necesitaba lograrlo, Evan necesitaba que Elizabeth usara su magia al cien por ciento, al día siguiente tendría un enfrentamiento, con Astra, la hija de Atenea, y Elizabeth no lo sabía.

Ese enfrentamiento decidiría su futuro en el Olimpo, si la mantenían viva para pelear con la Sombra, o si la mataban porque era realmente inútil y no querían arriesgarse a que se fuera del lado de la Sombra. Y Evan, por algún motivo no la quería muerta.

—¡Eso intento, imbécil! —respondió Elizabeth, apretando los puños y los dientes mientras el sudor resbalaba por su frente.

Si no paraba ahora, Elizabeth no estaría en condiciones de pelear a día siguiente, Evan lo sabía, pero necesitaba presionarla un poco más.

—¡¿Ves eso?! —gritó, pero Elizabeth no entendió—. ¡Debes estar aliviada, no puedes mostrar que tú incendiaste tu maldita mansión! —se rio, una risa amarga y cruda—. Talvez por eso no puedas ser más que una niñata estúpida, porque tú incineraste el cuerpo de tu madre muerta, porque no lo quieres admitir, ¡porque le tienes tanto jodido miedo a la verdad que nunca serás más que una maldita inútil, acéptalo!.

—¡No fue mi culpa! —gritó.

Del cuerpo de Elizabeth brotaron miles de truenos que recorrieron toda la habitación, las luces se apagaron y todo el Olimpo quedó a oscuras, una inmensa ola de poder se arremolinó en todo el lugar y el cielo empezó a relampaguear con fuerza y velocidad.

Se había tragado toda la energía mágica que movía las luces del Olimpo, e inconforme con eso, está absorbiendo la mismísima energía de Zeus.

—¡Nada de lo que pasó fue mi maldita culpa! —continuó Elizabeth, sin darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor, sin notar el fuerte brillo que mostraban sus ojos—. ¡No fue mi culpa llegar tarde ese día, tampoco el no estar preparada!.

—Elizabeth... —murmuró Evan, mirando a su alrededor viendo cómo habían chispas por todos lados, las olas en el exterior también se estaban agitando. Siendo sincero, él tenía miedo.

—No fue mi culpa que ella muriera... nada de lo que pasó fue mi culpa —un sollozo interrumpió la última frase—. No fue mi culpa... —y rompió en llanto.

Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora