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Elizabeth Thompson. 22 de agosto del 2017, el Olimpo.

Se sentía extraña con ese vestido rozando sus muslos, llevaba mucho tiempo sin usar uno, el cabello le caía por la cara y sentía la ausencia del brazalete en su muñeca.

—Párate derecha —le murmuró Evan.

Llevaban cinco minutos ahí, Elizabeth sentía que su espalda y sus costillas la mataban por mantenerse lo más erguida posible.

Los dioses sólo veían a la albina, cómo si esperaran que ella empezara a hablar por su cuenta.

—Eso intento —le devolvió el susurro apretando los dientes.

—Honestamente, yo siento que tu prueba de hace once días fue un total fracaso —comenzó Hera con desdén.

—Cierra la boca —murmuró Zeus sin dejar de ver a la albina.

Elizabeth frunció el ceño, un poco confundida por la respuesta que Zeus había dado.

—El resultado de tu prueba pudo haber sido mejor —siguió Zeus, con una voz tranquila—, sin embargo sobreviviste el tiempo suficiente y no te rendiste hasta el final. Te doy la bienvenida al Olimpo de forma oficial, Elizabeth Thompson.

La albina no pudo contener su sonrisa por mucho tiempo, así que lo disimuló lo más que le fue posible.

—Le agradezco enormemen… —empezó a decir mientras se inclinaba, pero Zeus la interrumpió.

—Aunque en realidad, esa es la bienvenida que te tuve que dar apenas llegaste —confesó el dios.

—¿A qué te refieres? —cuestionó Hera después de unos segundos.

Todos trataban de entender las palabras de Zeus, por ello el salón se había mantenido en silencio durante unos interminables segundos. Elizabeth se incorporó sin finalizar sus palabras, con el ceño fruncido.

El dios del rayo se paró, caminó hacia la albina con los brazos detrás de la espalda y la miró directamente hacía los ojos, aquellos diamantes tan brillantes y llenos de confusión.

—No sé… no sé cómo no reconocí esos ojos y esa magia desde antes. Ese poder es tan poderoso, que sólo le podría pertenecer a una persona —murmuró.

—¿A qué persona? —se atrevió a preguntar Atenea, curiosa de saber si sus sospechas de hace tanto tiempo eran ciertas.

—A mi hija —sonrió ligeramente con orgullo.

Elizabeth retrocedió, o al menos eso intentó ya que su pierna herida flaqueó e hizo que cayera de espaldas al piso con un ruido que resonó en el silencioso lugar.

—Mierda —maldijo entre dientes al sentir el dolor de su cuerpo al impactar contra la fría y dura superficie de mármol.

Evan la ayudó a pararse rápida y cuidadosamente, dándole su brazo izquierdo para apoyarse y pasando el derecho por su cintura para mantenerla erguida.

—¿Cómo diablos esa mundana va a ser tu hija? —gruñó Hera llena de desprecio, parada junto a su asiento.

Zeus no se molestó en responder, conociendo de siempre la envidia y odio que la diosa siempre le había tenido a sus descendientes.

Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora