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Elizabeth Thompson. 19 de febrero del 2016, el Olimpo.

Eran las seis de la mañana en punto, y la puerta de su habitación estaba siendo golpeada insistentemente, pero ella lo ignoraba totalmente.

La puerta se abrió de golpe y Evan apareció por el umbral con el ceño fruncido, cómo siempre. Se acercó a la cama de la albina que dormía tranquilamente y levantó las sábanas debajo de ella para tirarla al suelo con un golpe sordo.

—¡Dios! —gruñó Elizabeth al sentir el fuerte golpe en su hombro izquierdo—. ¡¿Qué rayos te pasa, idiota?!

—Lamento decirte que te avisé ayer. Ya es tarde, son las seis y cuarto, levántate, tienes quince minutos —advirtió con un tono que garantizaba un duro entrenamiento.

Evan salió y una mujer entró, tenía el cabello castaño –seguramente largo– atado en una corona de trenzas, también tenía algunas perlas que le daban un toque delicado, su ropa consistía en un vestido largo de color blanco hueso con tela de seda, y un cinturón delgado en la cintura de color dorado. La ropa resaltaba sus voluminosas curvas y la hacían ver muy femenina. Sencilla pero hermosa.

En sus manos tenía lo que parecía ser ropa doblada, y su rostro delicado estaba en una mueca de seriedad absoluta. Dejó la ropa en la orilla de la cama, y con una pequeña reverencia salió igual de silenciosa que cómo entró.

Elizabeth tomó la ropa con el ceño fruncido, confundida y adolorida por la caída, entró al baño y se desvistió lo más rápido posible, se dio una pequeña ducha y luego salió.

Se vistió rápidamente, era una blusa blanca sencilla, holgada y de manga corta, ligera, unos pantalones negros ajustados de tela elástica y unas botas marrones al tobillo, cómodas, para que pudiera entrenar.

El cabello mojado goteaba sobre su ropa, provocando que unas partes se pegaran a su piel y se vieran un poco transparentes. Por fortuna, no mojaba lo suficiente cómo para revelar su ropa interior blanca.

Salió de la habitación diecisiete minutos después, con una liga en mano para atar su cabello cuando se secara, y encontrando a un Evan enfurruñado.

—Dije quince minutos —empezó a caminar a pasos rápidos con Elizabeth siguiéndolo por atrás.

—Perdón —murmuró apenada—, no me suelo despertar a esta hora.

En realidad sí lo hacía, pero solía recibir ayuda del señor Choi para eso, abriendo sus cortinas en la madrugada, encendiendo la calefacción, y entregándole su uniforme y mochila lista.

—¿Pues qué crees, niña? Ya no estás en tu vida soñada en esa mansión, acóplate a las circunstancias del momento.

Elizabeth bufó, enfadada, pero no hizo ni un comentario, odiando por completo la idea de pelear tan temprano en la mañana. Observó a su izquierda, por los espacios sin ventanas de las paredes.

El cielo aún estaba oscuro, pero habían algunos rayos iluminando levemente la oscuridad, apenas estaba amaneciendo, también se veía la lejanía, un mar azul oscuro que se aporreaba suavemente con la costa rocosa y arenosa de la base de la montaña, seguramente estaba por bajar la marea para mostrar una pequeña playa.

—No podemos ir ahí —dijo Evan al notar el interés de la albina en la costa.

—¿Porqué?

—Monstruos —dijo con simpleza—. En esas aguas no sólo hay peces y tiburones, también hay sirenas, cetus, caribdis y muchas criaturas más de las que no querrás saber ni el nombre.

Elizabeth tragó saliva, un tanto intimidada por el mar que se extendía hacia el horizonte, prefirió observar sus pies mientras caminaban a quién sabe dónde.

Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora