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Elizabeth Thompson. 13 de febrero del 2017, Orlando.

Finalmente llegó el día que Elizabeth menos esperaba, el aniversario del fallecimiento de su madre, durante el año que había pasado ya, ella apenas había mostrado sentimientos de tristeza por ello, aunque habían noches en las que lloraba hasta dormir.

Sabía que aún no lo superaba, era una herida reciente para ella, una que apenas empezaba a cicatrizar, realmente quería olvidarlo, quería dejar de pensar en la horrible despedida que tuvieron –ya que se despidieron para no volverse a ver sin siquiera saberlo, y no de una forma bonita–, no estaba preparada para encontrarla muerta en su oficina.

Y aunque lo hubiera sabido desde antes, ella hubiera reaccionado exactamente igual.

Había olvidado que, al llegar al Olimpo, Evan le había dicho que ella provocó el incendio, pero unos días después de que le dijeran que tenía magia, lo recordó. Y se lamentó hasta esos momentos.

Quemó y carbonizó el cuerpo de su madre, las cenizas se mantenían en las ruinas que su casa era ahora, no tuvo un funeral apropiado por su culpa, y se lo recordaba a cada instante.

Especialmente en este.

Elizabeth estaba ahí, frente a la mansión demolida en Orlando. La casa seguía en ese lugar, un tanto quemada y destruida, seguramente no habían podido demolerla al no tener la autorización del propietario que, ahora, era Elizabeth.

Y Elizabeth estaba desaparecida para todos ahí.

Seguramente la estaban buscando, quizás ya se habían rendido, aunque probablemente fuera la segunda, ella rezó porque sus amigos –Sam y Cristell– aún conservaran la esperanza de que estuviera viva.

Había convencido a Evan de que la dejara ir a ese lugar, y cuando le dijo que quería ir sola él se negó rotundamente, aunque claro, al final terminó cediendo por la insistencia de Elizabeth y porque Zeus lo había mandado a llamar.

Se aseguró de que no la reconocieran, le dio ropa “discreta” –pantalones de mezclilla, blusa negra de manga corta holgada, y tenis blancos, junto con una gorra, gafas de sol y una peluca castaña de buena calidad–, y luego le abrió un portal hacia el lugar, diciéndole que no fuera a ni un lado ya que cuando su reunión con Zeus terminara, él la buscaría para volver.

Ella asintió y cruzó el portal, y así llegó a ese momento preciso.

Ella se acercó discretamente, abrió la puerta que crujió por el movimiento y entró cerrándola detrás de ella.

Miró a sus alrededores, todo seguía igual, claro que la ceniza empolvaba absolutamente todo y habían manchones oscuros por todas partes, pero era como si estuviera en casa de nuevo, una casa que conocía desde la infancia.

A paso lento y temerosa de que el suelo se rompiera por su peso, ella subió los escalones. Caminó por el pasillo y entró a la que era su habitación, el fuego apenas había tocado el lugar, así que todo seguía intacto.

Excepto por el ropero que, para su sorpresa, estaba abierto y con algunas prendas caídas, como si hubieran revisado lo que había ahí. Frunció el ceño.

Ignoró aquello y siguió caminando, sus joyas de oro y diamantes seguían en ese lugar, era curioso que no hubieran entrado a robar.

Se acercó a la cama y agarró el pequeño peluche con parches que estaba en medio del colchón, acarició la tela peluda con una sonrisa melancólica y lo abrazó.

Buscó por la habitación una mochila, la abrió y metió al peluche en ella, luego las joyas que podrían darle dinero al venderlas y por último una pequeña foto.

Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora