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Elizabeth Thompson. 19 de septiembre del 2017, el Olimpo.

Elizabeth retrocedió sólo un paso, con la piel y el cuerpo ardiendo cómo si estuviera tocando el sol, sus labios estaban partidos y su piel había tomado un tono gris.

Esa mujer... ella no podía estar ahí, había visto su cuerpo, ensangrentado y sin vida, muerta. Esa mujer, estaba muerta. Y Elizabeth lo sabía.

—Tú... —los ojos de Elizabeth ardieron—, no puedes estar aquí.

La mujer bajó los brazos, simulando decepción, Evan a su lado, y Arsen rozando la inconsciencia en el pasto, no entendían qué estaba pasando y quién era esa mujer. Pero sabían que no era nada bueno.

—¿No?, pero sí estoy aquí, ¿no me ves?. Tan viva cómo siempre —sonrió.

Elizabeth enderezó la espalda, recomponiéndose, tal cómo su misma madre le había enseñado. Su rostro se tornó serio y se ordenó a no mostrar nada más que esa seriedad.

Ignorando los gritos de su cuerpo que rogaban que se dejase vencer, que se tirara al suelo y cerrara los ojos sólo un rato. Ignorando el dolor de la angustia en su pecho al ver a Arsen tan... débil, cómo nunca antes lo había visto.

Su rostro estaba lleno de sangre y moretones, e incluso una de sus mejillas empezaba a inflamarse, sus ojos apenas estaban abiertos en una ranura de un verde oliva, casi sin brillo.

Elizabeth levantó la barbilla, mostrándose superior y segura, cómo había hecho en tantas de esas cenas de su madre, en los que quería presentar a su maniquí más perfecto.

Así que sólo ahuyentó las ganas de llorar, y habló.

—Sí, te veo, y tú también me ves a mí —afirmó—, así que deja a Arsen. Ya me tienes.

No quería saber cómo estaba viva, o qué trucos había usado, y ahora no quería pensar en eso.

—¿Así de fácil? —hizo un sonido de desepción y aburrimiento—, juguemos un rato, pequeña Eli, ¿no lo extrañas?.

—No jugamos juntas desde que tengo ocho años, madre. Sinceramente no creo que extrañes jugar conmigo —gruñó, aguantando el peso de la piedra que aplastaba su corazón.

Evan la miró, con un rastro de sorpresa en el rostro. Según él, su madre había muerto, y según ella también. Arsen por su parte, ya no podía escuchar nada más que un pitido interminable en sus oídos que bloqueaba todo el sonido exterior, empezaba a desmayarse otra vez.

—Pensé que no eras reencorosa —se burló—, pero concédeme El placer de disfrutar un último juego con mi hija antes de matarla.

Elizabeth apretó los ojos, y las manos que cubrían los pomos de sus espadas se cerraron con aún más fuerza. Soltó el aire lentamente por la nariz, reprimiendo su magia y empujándola al fondo de aquel pozo.

El problema era que ese pozo parecía no tener fin, y retener ese poder se hacía cada vez más difícil.

Cuando volvió a abrirlos, estos lanzaron desdellos eléctricos.

—¿Qué quieres jugar? —preguntó por lo bajo.

—Sabía que no me decepcionarías, pequeña Eli —exclamó con entusiasmo—. Jueguemos algo sencillo, a las escondidas.

 Jueguemos algo sencillo, a las escondidas

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Evan. 19 de septiembre del 2019, el Bosque Oscuro.

En sus ojos parecía haber estrellas, ya que cada que parpadea unos puntos blancos nublaban su visión, pero eso no evitó que volteara a ver rápidamente a Elizabeth cuando le dijo “madre” a la Sombra.

No desconfiaba de Elizabeth, y también sabía que no los dejaría para aliarse con la Sombra, al menos eso quería pensar. El hecho de que fuera su madre, cambiaba muchas cosas.

Sujetó su espada firmemente, analizando el rostro de Elizabeth y notando cómo este tomaba una frialdad que no había visto nunca.

No sabía qué pensar, pero tampoco se iba a arriesgar, mantuvo toda su atención en las dos mujeres que estaban a su alrededor. No bajaría la guardia aunque la sangre en su hombro ya se estuviera deslizando por su piel, la flecha ya no evitaba que toda la sangre saliera.

Su camisa se empezó a manchar de nuevo, manchando de rojo la parte del costado y del abdomen.

—Juguemos algo sencillo, a las escondidas —escuchó decir a la Sombra.

Las escondidas. No quería saber que truco tenía planeado la Sombra, pero no era nada bueno.

—¿Cuáles son las reglas? —cuestionó Elizabeth con una desesperación disimulada, Arsen necesitaba ayuda.

La castaña miró a su alrededor, cómo si pensara lo que iba a decir, pero algo en sus ojos le dijo a Evan que ya tenía planeado este momento desde hacía mucho tiempo atrás.

Chasqueó los dedos cuando decidió.

—¿Porqué no usamos el bosque cómo nuestro patio de juegos? —sonrió, y tanto Elizabeth como Evan temblaron ante la idea—. Las dos nos adentraremos en él, te tendrás que esconder de mí, si logras encontrarme sin que me dé cuenta, tendrás todo el derecho a matarme, pero si yo te encuentro a ti primero... yo tendré total derecho de hacer contigo, lo que yo quiera. Y pequeña Eli, no me gusta aburrirme.

Elizabeth trago saliva, recordando todas las criaturas que había visto cuando entró, tan sólo unas semanas atrás. Si tardaba demasiado y se perdía, sería su fin. Pero aún tenía el collar, colgado en su cuello, se recordó.

—¿Qué gano yo con todo esto? —interrogó Elizabeth.

—Inteligente —sonrió—. Sam, dejará que el rubio ayude a tu novio, evitar que se desangre, no sé, porque la herida en su costado... está por infectarse. Pero no se pueden ir.

Casi pudo escuchar cómo la respiración de Elizabeth se detuvo cuando el guerrero que se había mantenido de espaldas, volteó a verlos, con unos ojos grises como el metal y un cabello más negro que la oscuridad misma.

—Oh, ¿recuerdas a Sam?, estaba muy triste cuando te fuiste, y yo le prometí volverte a ver si venía conmigo. ¡Pero nuestra sorpresa fue muy grande cuando tú mataste a Cristell!. Una pérdida lamentable —suspiró.

—¿Cuándo empezamos? —preguntó Elizabeth, ignorando las palabras anteriores de la mujer.

El sol ya mostraba que eran alrededor de las cinco de la tarde, sólo faltaban dos horas para que empezara a oscurecer, y luego no podría ver ni su propia nariz dentro del bosque.

—Ahora mismo —sonrió su madre.

—Ahora mismo —sonrió su madre

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[ EDITADO ☑️ ]

Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora