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Arsen Makri. 13 de febrero del 2017, el Olimpo.

El silencio entre Astra y Arsen era incómodo y sepulcral durante el entrenamiento con el resto del grupo, intentaban ser disimulados pero la distancia entre ellos era obvia y sus compañeros y amigos claramente lo habían notado.

Mientras que Astra lanzaba mil flechas por segundo a la diana frente a ella fallando y gruñendo –cosa para nada común de la mejor arquera entre los semidioses–, Arsen no paraba de desgastarse los nudillos golpeando el saco de box.

—¿Exactamente qué pasó con ustedes? —preguntó una de las chicas del grupo, Elora, producto de una de muchas infidelidades de Hades, refiriéndose a la distancia entre ambos.

—¿Qué pasó de qué? —prácticamente gruñó Astra.

—“¿Qué pasó de qué?” —imitó—. Pues con ustedes, idiotas, sé que saben muy bien de lo que hablo.

—No pasa absolutamente nada, concéntrate en tu entrenamiento —respondió Arsen cortante y con la respiración agitada.

—Sí, como digas —mencionó con sarcasmo—. Es la hora del almuerzo, vayamos juntos —el resto del grupo asintió, captando la indirecta para dejar solos a aquellos dos, y salieron del salón de entrenamiento.

El silencio permaneció unos minutos más, hasta que Astra rompió el silencio.

—La chica… perdón, Elizabeth no es tan cobarde cómo pensé que sería —dijo, para alivianar el ambiente con una pequeña disculpa indiscreta.

—¿Porqué? —no estaba dispuesto a hablar más, a vista de Astra.

—Habló con Zeus, de hecho, enfrentó a Zeus y no se puso a temblar. Fue sorprendente que una mundana haya hecho… eso —apuntó su flecha una vez más.

—Ve al grano —ordenó, dejando de golpear el saco y volteando a ver a su amiga con el ceño fruncido.

Astra suspiró.

—Lo siento, no debí meterme en eso, es sólo que… me da miedo que me dejes de lado por alguien que ni siquiera conocemos, sólo hemos sido nosotros dos desde que Astrid… —tragó saliva—. Desde que Astrid murió.

Arsen relajó su expresión, entendiendo al instante cómo se sentía su preciada amiga, él se sentiría exactamente igual en una situación así.

La muerte de Astrid había herido mucho a todos, principalmente a Astra, ambas eran completamente unidas ya que su madre, Atenea, no tenía tanto tiempo para dedicarles a las gemelas, así que se habían aprendido a manejar ellas dos, solas y juntas.

El hecho de perder a su otra mitad había sido destructivo, ya no era tan alegre y extrovertida como antes, ahora no era más que una sombra de lo que había sido antes, tomaba demasiadas precauciones.

Ya no tenía amigos, verdaderos amigos, o ella no los consideraba así, más con la guerra que se aproximaba, no quería perderlos a todos ya que se perdería a sí misma también, no quería correr ese riesgo, así que sólo mantenía a Arsen a su lado.

Por ello, Arsen era algo así como su soporte, su amigo, confidente y hermano, nunca reemplazaría a Astrid, pero sí llenaba ese espacio que se había quedado en blanco tantos años atrás.

—Perdón por reaccionar así —retiró sus guantes y se acercó a Astra para abrazarla fuertemente—. Prometo que nunca te cambiaré, ¿sí?, realmente te quiero demasiado, Astra.

Astra asintió, disfrutando aquel abrazo que tanto necesitaba por unos cuantos minutos más.

—Yo también te quiero, pero apestas a sudor así que apártate —demostrar afecto no era su especialidad, eso todos lo sabían.

Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora