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Elizabeth Thompson. 21 de marzo del 2016, el Olimpo.

Ya había pasado un mes desde que los entrenamientos habían empezado, Elizabeth estaba segura de que iba a ser un largo trabajo.

Después del primer –y único– día en la montaña desolada, Evan había cambiado el lugar de entrenamiento a un bosque lleno de grandes árboles altos y dispersos, las ramas y hojas eran tantas que tapaban el sol por completo pese a haber bastante distancia entre cada uno, había espacio suficiente para poder correr.

El único inconveniente, era que habían muchas ramas y rocas en el camino, Elizabeth ya se había caído una incontable cantidad de veces y siempre terminaba con los pies adoloridos por las piedras que se incrustaban en sus botas.

Las burlas de Evan nunca faltaban, principalmente en los entrenamientos de espada donde en más de una ocasión había terminado en el suelo por la falta de fuerza en sus brazos, y claramente, Evan la ponía a hacer planchas para tener más resistencia.

Una cosa por la que Elizabeth siempre le gruñía a Evan, era el hecho de que tenía exactamente la misma espada que al inicio de todo, el pesado acero le acalambraba los brazos y el pomo desgastado le raspaba las manos, claro que Evan siempre le respondía con un: "cuando me dejes en el piso, tendrás otra espada".

Elizabeth no podía odiarlo más en esos momentos. Sin embargo, fuera de los entrenamientos, los dos ya se habían vuelto un tanto cercanos, Evan ya se permitía reírse frente a Elizabeth y era un gran avance, también estaba menos gruñón y hablaba más durante el almuerzo que compartían entre entrenamientos.

Se podría decir que eran algo cercano a amigos. Claro que ni uno lo consideraba cómo tal.

Elizabeth ya contaba con más resistencia, ya podía correr cinco kilómetros e incluso un poco más sin detenerse a tomar agua cada dos minutos, había empezado a despertarse a tiempo para el entrenamiento y eso era un gran alivio para Evan.

La ropa que ahora usaba no se comparaba a los lujos que antes tenía, pero había descubierto que las cosas le gustaban más de esa forma, con los pantalones de cuero, las blusas sencillas y las botas desgastadas.

Las espadas de Evan y Elizabeth chocaron con un sonido metálico, los brazos de Elizabeth temblaban y un poco de sudor humedecía su frente, a diferencia de Evan que estaba cómo nuevo.

—Podrías esforzarte un poco más, ¿lo sabías? —resopló Evan con una media sonrisa pero un jadeo se le escapó.

—¿Te estás cansando, rubio? —Elizabeth se maravilló con la idea.

—¿Yo? —se hizo al desentendido—. ¿Qué me dices de ti? Te ves como si hubieras estado junto al fuego durante una hora en un día de calor.

Elizabeth rodó los ojos y embistió a Evan con su espada logrando que éste retrocediera un paso por el repentino movimiento.

—Tus brazos están temblando cómo espagueti —atacó con dos golpes seguidos y Elizabeth apenas pudo detectarlos antes de que le cortara la garganta.

—No estarían así si me dieras una espada más ligera —gruñó ante la repentina fuerza que Evan empezaba a poner.

Evan se rio, y Elizabeth aprovechó la distracción para hacerle una zancadilla y tirarlo de espaldas al suelo, su risa frenó en seco cuando la punta de la espada de Elizabeth apuntó a su cuello.

—Gané —sonrió victoriosa por primera vez y controló sus ganas de saltar.

—Con trampa —Evan frunció los labios mientras se levantaba—. Una zancadilla en una batalla no es algo muy honorable.

—Pero esto es un entrenamiento, no una batalla.

—Entrenas para la batalla, Elizabeth, es lo mismo.

Elizabeth resopló y frunció el ceño.

—¿Cuándo haremos algo divertido? Siempre hacemos lo mismo —suspiró por la nariz cambiando de tema.

Sus entrenamientos consistían en salir a correr a primera hora de la mañana durante dos horas, normalmente corrían veinte kilómetros, quizás menos en ciertas ocasiones, luego iban al salón de entrenamiento y hacia diferentes ejercicios como planchas, abdominales y demás, luego almorzaban y volvían al salón para practicar con la espada hasta la cena.

Era la misma rutina monótona todos los días, quería ver un poco de la dichosa magia que los semidioses decían poseer con tanto orgullo. Era una pena que ella no tuviera se decía a sí misma.

—Cuando yo lo decida —respondió Evan.

—Por dios, ¿es enserio? Vamos, ¿qué poderes tienes tú? —preguntó curiosa.

Evan se volteó hacia Elizabeth, harto de la insistencia diaria de la chica sobre el tema.

—Soy hijo de Ares, dios de la guerra, estoy bendecido por Afrodita, diosa de la belleza y por Dionisio, dios del vino —respondió con seriedad.

—Y cuáles son tus "dones" —hizo comillas en la última palabra al no saber cómo llamar de forma correcta lo que los semidioses poseían.

Evan suspiró por la nariz.

—Soy el semidiós más poderoso en cuanto a habilidades físicas se refiere, manejo cualquier arma a la perfección y soy muy veloz en el campo de batalla. Sigo a mis instintos, no a la lógica o a los planes —volvió a voltearse hacia el estante de espadas.

Elizabeth pensó muy bien en las palabras de Evan, hasta que él se volteó hacia ella nuevamente con una espada en cada mano.

—Si escoges la correcta te la quedas, escoges la incorrecta y no cambias de espada —su mirada era seria y no había rastro de burla o mentira.

Elizabeth analizó las espadas.

En la mano izquierda, Evan tenía una hermosa espada de acero, el filo tenía grabados oscuros, pequeños espirales que parecían formar palabras en una lengua antigua, olvidada hace mucho tiempo. El pomo era de cuero marrón trenzado con pequeños rubíes incrustados en las uniones de cada espacio libre.

La de la mano derecha era más bonita, también era de acero, pero la hoja era totalmente lisa, a excepción del pequeño zafiro que tenía la base a cada lado, el pomo era negro, cubierto de varios zafiros esparcidos por el mismo en lugares específicos. La hoja era gruesa pero el filo era más delgado que un cabello, una obra de arte.

Elizabeth miró ambas armas con los labios apretados formando una fina línea. Evan le había dicho unas cuantas cosas importantes a la hora de escoger una espada, asique no se fijó en el diseño y se centró en la hoja.

—La izquierda —dijo decidida.

—Tu izquiera o mí izquierda —mostró una media sonrisa sabiendo cuál escogía, un poco orgulloso por haberle enseñado bien.

—La mía, bufón —rodó los ojos.

Evan le dio la espada y con emoción Elizabeth la sostuvo.

El mango era cómodo, se ajustaba a su mano y los pequeños rubíes parecían no estar ahí, la hoja era un poco más larga que su brazo y era muy delgada, lo suficiente cómo para cortar un hueso con la velocidad y fuerza correcta. La puso frente a ella y pudo ver su reflejo en el material plateado.

—Nos vemos mañana, por hoy ya terminamos —se dio la vuelta sin ver la sonrisa complacida de Elizabeth.

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Bendecida Por Los Dioses (Libro 1) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora