Capítulo 38

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Dos semanas luego. Tortuosas y bipolares, algo largas y confusas. Christopher estaba estresado, por decir lo menos, estaba harto, pero sentía que sus manos estaban literalmente atadas ¿qué podía hacer frente a la falta de comunicación de su novia? Estaba más confundido que nunca, pero no terminaría con ella. La amaba, la adoraba ¿cómo sería capaz de siquiera pensar en cortar su relación, que tanto trabajo le había costado formar? No, eso no estaba entre las opciones, pero la situación lo mantenía bajo presión, estresado y con el ánimo por los suelos.

-Christopher, hermano, estoy hablándote. –la voz de Giovanni lo sobresaltó.

-Lo siento Giovanni, no estaba prestando atención –dijo Christopher mientras jugaba con la pajilla de su batido de vainilla.

-Christopher ¿estás bien? –le preguntó el rubio.

-Ya sabes Giovanni, la situación de Dulce me tiene al límite. –dijo Christopher –estoy harto de su actitud, pero sé que algo sucede ¿entiendes? Me siento presionado, no sé qué le pasa, sé que tengo que ayudarla, pero es como estar ciego y de manos atadas… -musitó el rizado mientras tomaba un sorbo de batido. –y tampoco terminaré con ella, ya sabes.

-No tengo idea que puede sucederle, la conoces más que yo. –dijo Giovanni dando un suspiro.

-Es algo en su familia, estoy seguro. ¿Qué más puede ser? –preguntó Christopher. Se rascó la cabeza, estaba desesperado.

-Tienes que averiguarlo sea como sea Christopher. Es el único consejo útil que puedo darte.

-Mhm… lo intentaré, o sea, seguiré en eso. ¿Va la fiesta de Alfonso esta noche? –preguntó el muchacho.

-Claro, a las nueve. –dijo el muchacho de ojos color cielo.

-Está bien, iré con Dulce, te veo allá.

La tarde se pasó volando. Dulce había aceptado ir con Christopher, todo por escapar de su vida. Aunque ya sabía que la tortura podría terminar rápidamente, todo terminaría, para mejor y para peor. ¿Qué otra cosa podía hacer? Nada, solo podía escapar, huir como una maldita cobarde. Toda su valentía había quedado hecha polvo, se había escapado tan fácilmente como su vida se escapaba ahora.

Se maquilló ante el espejo, tapando las marcas de algunos golpes que tenía en el rostro. Tuvo que maquillarse los rasguños de sus brazos, no quería preocupar a Christopher, no quería que su sufrimiento fuese compartido con él. Esta era su última oportunidad de amarlo como se merecía, y no iba a desperdiciarla.

Terminó de arreglarse, y miró por la ventana de su habitación. ¿Por qué tenía que ahora pasarle eso a ella? Se sentía tan mal, su dignidad no existía, tampoco existía lo que llamaba valentía, ni siquiera tenía la capacidad de refugiarse o pedir ayuda. Estaba asustada, no quería que nada le pasara a Christopher. Y como le habían dicho, ella era débil, y era egoísta. Así que ni siquiera se le pasó por la mente pedirle ayuda a Christopher. No quería angustiarlo más, aunque inconscientemente claro, ya lo estaba haciendo.

Unas manos atraparon su cintura. Se sobresaltó y cerró los ojos, pero la grave voz de Christopher la hizo relajarse. Suavemente le besó el cuello, ella sonrió con melancolía. Se volteó y se encontró con aquellos ojos verde azules que la hacían volar a las nubes y jamás bajar desde allí. Sus labios se toparon suavemente. Y ella lo único que atinó a hacer fue a lanzarse a sus brazos, sin querer dejarlo ir. Jamás.

-Te amo Christopher –le dijo suavemente al oído. Christopher sonrió al oír su melodiosa voz diciéndole esas palabras que tanto gustaba de oír.

-Yo también te amo princesa –le dijo dándole un sonoro beso en la mejilla. -¿estás lista?

-Sí, tomaré mi bolso y vamos. –dijo ella besándole la mejilla también. El caminó hasta el umbral de la puerta, mientras ella sin que él se percatara, metió dos sobres en su bolso, y lo cerró. Se acercó a él. –vamos.

ɦσω τσ ɩσɣɛDonde viven las historias. Descúbrelo ahora