Capítulo 44

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Luego de haber preguntado a cuatro personas diferentes, por fin encontró el lugar. La recepcionista fue amable, al igual que el director y la gente que recibió sus papeles y le dejó el trámite del intercambio hecho. Al día siguiente comenzaría las clases. Le parecía que la gente de Nueva York no era tan mala como decían. Aunque en la calle la gente era mucho menos amable. Fue a tomar un helado, aunque no hacía demasiado calor, tenía antojado un helado de chocolate. Compró uno y caminó por el Central Park despreocupado, mirando a su alrededor realmente emocionado y fascinado, mientras conocía la ciudad. Aunque otra vez aquel desgarrador sentimiento de melancolía volvía a él, imaginando lo que sería estar viviendo aquella experiencia con Dulce, de la mano, caminando, mirando las ardillas que corrían entre los árboles y subían por los troncos, mirando a su alrededor con algo de desconfianza. Sonrió, Dulce amaba las ardillas y siempre le decía a Christopher que se parecía a una. Al principio a Christopher no le hacía gracia, pero luego terminó por reírse cuando le decía Ardilla Uckermann. Suspiró, a ese paso jamás se olvidaría de ella y terminaría siendo un solterón melancólico toda su vida.

No recordaba el camino de vuelta al apartamento, así que tuvo que preguntar. Muchos no lo tomaron en cuenta, lo empujaron o lo regañaron, pero algunos si se detuvieron a darle las instrucciones para volver. Claramente se compadecían de un pobre chico extranjero que no conocía la vida de Nueva York, alguna gente hostil pero algunos otros bastante amables. Christopher volvió al apartamento cansado de tanto caminar, y algo estresado. La vida de esa ciudad era demasiado agitada, más que Londres, y le estresaba bastante. Pero el resto del panorama de la ciudad le gustaba bastante. Se acostó temprano, no sin antes telefonear a su madre. Al día siguiente tenía universidad, y quizás era hora de comenzar a rehacer un poco su vida.

La alarma sonó, se levantó perezosamente y fue a tomar una ducha. No había comprado nada para la despensa, se maldijo por eso, pero decidió que en el camino tomaría algo para no desmayarse de fatiga. Caminó un poco y tomó un taxi, dándole las instrucciones del lugar. Miró todo el camino para memorizar donde tenía que ir. Era un tramo algo corto, quizás si podía caminar. Y quizás era la mejor opción, el tráfico de Nueva York era bastante estresante.

Llegó a un gran edificio, pagó al taxista y con algo de nervios se dirigió a la recepción otra vez. Lo mandaron con demasiadas personas, anduvo de allá a acá, hasta que le dieron su horario. La gente no lo miraba mucho, aunque algunos comentaban que era el día en que llegarían algunos de intercambio. Una novedad.

Se paseó buscando el salón correspondiente, hasta que topó con él. Se sentó en silencio, observando la gran cantidad de alumnos del salón. Se sintió un poco abrumado, pero alegre al mismo tiempo de poder cambiar de ambiente.

Dulce corrió hasta el salón de clases. Al mirar atrás, cuando casi botó a una chica en el camino, una cabellera rizada le sorprendió y prácticamente casi le dio un ataque al corazón. Miró atrás otra vez, pero no vio el rizado cabello. Mi imaginación comienza a traicionarme pensó. Suspiró largamente, y se metió en el salón que le tocaba. Olvidó el hecho de su “alucinación” y se dispuso a poner atención. Pero al rato, no pudo dejar de pensar en Christopher. ¡Lo extrañaba tanto! Habían pasado casi cuatro meses, y no habían tenido ningún tipo de comunicación. Prácticamente hablaba con Angie para saber de él. Ni siquiera con su madre hablaba, era una vez al mes como máximo. Suspiró, en este momento ¿Qué estaría haciendo Christopher? Probablemente estudiando, o en casa… dependiendo de qué hora era en Londres. Deseaba ver a Christopher, pero era lo bastante cobarde como para no querer viajar a Londres. Las heridas todavía estaban frescas, y cada noche una pesadilla la dejaba en vela, asustada de que toda la historia se repitiese. Ya no salía de noche, jamás. Solo cruzaba palabras con su padre, su hermana y una que otra chica en la universidad, ni siquiera con chicos. Les tenía miedo, incluso le asustaba andar sola a plena luz del día en calles concurridas. Era temerosa y desconfiaba de todos.

ɦσω τσ ɩσɣɛDonde viven las historias. Descúbrelo ahora