Estimado Abel. Te sorprenderá este mail si estás todavía en la edad del asombro. Desde que estoy en África perdimos contacto. Te estás enterando que ando por África. Hace cinco años, en el 2005, como Rimbaud, me convertí en un negro. En este momento, me encuentro en Sudáfrica, Mundial 2010. No te escribo para hablarte de la lamentable derrota argentina, ni de España campeón. Ya lo ves, estoy compensado emocio-nalmente. Te molesto para pedirte un favor. Junto con el mail va el archivo de un relato que escribí. Espero que lo imprimas y lo leas, después no te quedarán dudas porqué lo titulé “El submarino navega en la última noche de la historia”. Si lo consideras publicable, queda a tu criterio, preséntalo en alguna editorial, o a más de una y veremos qué pasa. La pregunta que te estás haciendo es inevitable. ¿Por qué no me ocupo de la edición ya que tengo contactos con editores, étc.? Cuando lo leas te darás cuenta del porqué. En pocos días parto para Gabón. Un abrazo, Abel.
Los antiguos habitantes de México creían que Tlaloc, el dios de la lluvia, tenía la clave del destino de los hombres. Cada gota de lluvia encerraba un anuncio para el vidente que tuviese la capacidad de ver lo que contenía en su interior. Las incontables gotas de lluvia que llegaban a la Tierra contenían el secreto del instante de cada hombre. Esto me decía María, mientras que desde una mesa de El Foro, pegada al ventanal, veía como una lluvia descontrolada chocaba contra la calle en esa durísima tarde de enero, en esa primavera alfonsinista, así le decían a pesar que en Buenos Aires enero significa el verano, un verano con un calor insoportable. No sabía si los antiguos habitantes de México realmente creían lo que me contaba María, porque María es muy imaginativa y lo podía estar inventando. No importaba, era lo mismo que lo creyesen los antiguos habitantes de México o lo estuviese inventando María, porque lo cierto era que esas gotas de lluvia, las que me correspondían como habitante del planeta encerraban algo de mi destino, o porqué no decirlo, su mayor secreto. Cuando paró de llover, ella enfiló hacia el Obelisco y yo para el otro lado, buscando la boca del subte.
“Hay algo que se inundó y el subte no funciona”, me anunció con desconsuelo una señora bajita cuando estaba llegando a la escaleras que descendían hasta la estación Uruguay de la línea B. Tláloc comenzaba nuevamente a descargar el torbellino de agua y corrí a refugiarme en la librería Hernández. Tiempo después, en una enciclopedia de mitología, supe que María no había inventado lo de Tláloc, que efectivamente en cada lluvia que desata hay una gota destinada a cada habitante de la Tierra . Y seguramente la gota que me correspondía tenía que ver con el encuentro que tendría en la librería Hernández.
Lo saludé al encargado Jorge Pineda, chileno escapado de Pinochet, que me devolvió el saludo con un gesto de simpatía. Como tenía que hacer tiempo hasta que Tláloc concluyese de enviar sus mensajes y pudiese regresar a la calle, me dirigí al fondo para mirar las tapas de las novedades, hasta que me detuve en una nueva edición de América, de Franz Kafka y me puse a hojearlo. Alguna vez lo había leído y quedé desconcertado con Kafka y su libro. A pocos metros brotó una voz agradable que sostenía que la problemática de Kafka era más metafísica que social. Me dí vuelta, creo que sobresaltado, y me recibió el gesto divertido de un hombre de más de cuarenta años que lucía canas y se mostraba ágil como un deportista que todavía está en actividad.
“Rafael Abad de Santillán, me dedico a traer libros de España”, dijo, restándole importancia a su trabajo de importador y exportador o algo parecido.
“Abel Molina –respondí con toda naturalidad– modestísimo empleado de inmobiliaria, fracasado estudiante de derecho y con pretensiones algo difusas de ser escritor, editor, tal vez librero como Hernández, y en este instante, refugiándome de la lluvia que asola Buenos Aires”.
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El submarino navega en la última noche de la historia
Historical FictionRafael conoce al Señor Garar el 2 de abril de 1982 en el bar de la Academia, en Buenos Aires. El Señor Garar se convertirá en su guía espiritual. Horas después, en la plaza Rodriguez Peña, descubre a Balthazar, con quién tiene varios encuentros. Bal...