8 de abril. El Conqueror pasa por las islas de Madeira. Alguien me comenta que Haig está en Londres y entre sus asesores se encuentra el general Vernon Walters. En las profundidades del mar estas noticias poco importan, pertenecen a un mundo lejano al Conqueror. En estas profundidades nada puede salir de control. El tiempo se desplaza en el trabajo y en el sueño. En la vigilia nadie puede desconcentrarse de la tarea que está haciendo, la mente tiene que estar absolutamente concentrada. Un instante de desconcentración de alguna mente puede ser más peligroso que si un misil estallase en el interior del submarino. Las desconcentraciones afloran el miedo, la fobia, la nostalgia. Estamos entrenados para que este mundo inhóspito, incognoscible, amenazante no solo sea el único posible sino el absolutamente deseable.
La sensación sensual y salvaje que me acompañó en Roma ahora se convierte en un gris húmedo y espeso. Estamos navegando por las aguas de la Edad Media. El pasaje de Roma a la Edad Media responde a leyes energéticas. Al comenzar una civilización cuenta con la energía del pacto fundacional, luego se irá realimentando con los pactos adicionales. El tiempo es implacable y la energía se va degradando. Cuando la energía es escasa los protagonistas pierden la fé en esa civilización. El proyecto que la constituyó se cae y entra en funciones otro proyecto civilizatorio de polaridad opuesta, así se da el pasaje de Roma a la Edad Media. Christopher Wreford-Brown avanza en ese proyecto.
El capitán de fragata Christopher Wreford-Brown me muestra la imagen del Cristo coronado en la cruz y me dice que estoy en su mundo, ese mundo del que tengo la visión de un enorme disco cubierto por una bóveda celeste, rodeada por ese inquietante océano por donde navega el Conqueror. El comandante del submarino me invita a caminar por ese mundo poblado por amenazantes demonios.
“Pueden ser implacables enemigos o los más generosos amigos, depende de cómo te relaciones con ellos”, dice con una vibración inquietante Christopher Wreford-Brown.
Caminamos por Jerusalén. “Te muestro, Rafael, que estamos en el centro del mundo y yo soy tu única esperanza”. El comandante me indica que me siente en el sepulcro vacío. “Como tripulante del Conqueror no te puedo engañar”. Sentados en el sepulcro vacío, saca un paquete de Gitanes y me extiende un cigarrillo. “Gracias, no fumo”, rechazo su oferta. “Te felicito, yo no puedo dejar el vicio”, dice encendiendo un cigarrillo. “Es cuestión de voluntad”, sentencio. “Aquí es donde crucifiqué a mi enemigo, el enviado del Padre que dijo que venía a redimir a mis hijos, de los que quiso apropiarse como propios. Les quiso hacer creer a los demohumanos que su vida, muerte y resurrección los redimiría del pacto que hicieron conmigo. Te pregunto, Rafael: ¿Conoces a alguien que quiera abandonar este pacto? ¿Quién quiere redimirse de este pacto original por el que nacen, aman, odian, matan, mueren? Ese pacto les da la vida, la única vida que conciben, la vida en Athón”.
Christopher Wreford-Brown arroja suavemente las volutas de humo del cigarrillo. “Pero como sabes, Rafael, los demohumanos necesitan engañarse, no sería políticamente correcto reconocer que al único que aman y le suplican, le imploran, es al Gran Demonio y lo único que desean es llegar a ser como ese Gran Demonio al que también profundamente envidian.
A ellos les gusta jugar a la salvación que les prometió el crucificado y simulan combatirme. Para que jueguen les monto el juego. El Papa y el emperador son los dos protagonistas centrales del teatro medieval.
La Iglesia simula seguir los designios de mi enemigo y se erige la intermediaria de la salvación. Una impresionante troupe de cardenales, obispos, nobles feudales y una multitud de extras, campesinos, artistas, comerciantes, soldados, artesanos, forman el elenco estable del teatro medieval.
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El submarino navega en la última noche de la historia
Ficción históricaRafael conoce al Señor Garar el 2 de abril de 1982 en el bar de la Academia, en Buenos Aires. El Señor Garar se convertirá en su guía espiritual. Horas después, en la plaza Rodriguez Peña, descubre a Balthazar, con quién tiene varios encuentros. Bal...