EPÍLOGO

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Herodoto de Halicarnaso llega puntual a la cita en la tribuna del Peter Mokaba, en Polokwane, este 22 de junio de 2010, una hora antes del comienzo del partido entre Argentina y Grecia, el tercero y último de la primera ronda.

“Hola Rafael, es una alegría verte después de tantos siglos”, me dice el padre de la historia a quien conocí cuando con el Señor Garar y la niña 9 viajábamos por Grecia.

Herodoto carga en la mano derecha rollos de papiro. “Hola Herodoto. ¿Qué haces con esos rollos?”.

“Escribo todo lo que va ocurriendo en la muerte”.

“Debes haber escrito mucho en todos estos siglos”.

“Algo escribí, pero aunque te sorprenda nada demasiado interesante. Llegué con muchas expectativas a la muerte pero inmediatamente me decepcioné”.

“¿Qué te decepcionó de la muerte?”.

“En la vida imaginaba que en la muerte me recibiría la historia vitoreando a su padre. Pero en la muerte no había historia. Solo repetición de lo acontecido. Para un historiador una muerte sin historia solo puede convertirse en un tedio insoportable. A veces escribo lo que ya escribí, porque es lo único que puedo escribir en una muerte que no tiene historia”.

“Debe ser muy duro para un historiador encontrarse sin historia”.

“¿Qué es ese ruido insoportable?”.

“Las vuvuzelas, Herodoto, una costumbre ritual de África”.

“Los africanos me resultan casi tan antipáticos como los persas, será porque no soporto las vuvuzelas”.

Herodoto se tapa los oidos para no escuchar las vuvuzelas y como tampoco puede escucharme a mi me voy al recuerdo de la guerra de las Malvinas. Parece mentira que hayan pasado veintiocho años. También era junio cuando anunciaban que había terminado la guerra. A veces en los sueños sigo viajando en el Conqueror. En la vigilia, cuando de vez en cuando se dibujan sus imágenes, me parece un viaje lejano, de hace muchas vidas. El Señor Garar decía que mientras estemos en Athón siempre estamos en el Conqueror, o en el Kursk, ese invulnerable submarino ruso, propulsado por dos reactores nucleares y que tenía dos cascos de acero, que el 18 de agosto del 2000 se hundió en las aguas del Ártico cuando realizaba maniobras de combate. El Kursk fue la tumba de ciento dieciocho tripulantes. Puede ser el Conqueror o el Kursk o cualquier otro monstruo que navegue por las profundidades, es entrar en Athón. Pero las cosas entre el Conqueror y el Kursk son distintas. El capitan Guenaddy Lyachin no era Christopher Wreford-Brown. El ruso era apenas un demonio menor. Athón ya no podía tener un Christopher Wreford-Brown y eso era auspicioso. ¿Qué destino podía tener un planeta gobernado por demonios menores? Tampoco Vladimir Putin era Margaret Thatcher ni Ronald Reagan. Putin era un demohumano menor que no interrumpió sus vacaciones en el Mar Negro, tardó cinco días en regresar a Moscú, demorando la ayuda que le ofrecieron para el rescate Noruega y Gran Bretaña. ¿Qué destino le queda a Athón con estos demonios?

Herodoto se va acostumbrando a las vuvuzelas. Ahora recuerda que la percusión y los instrumentos de viento como las vuvuzelas eran para invocar a los demonios. Este recuerdo lo distiende y lo lleva a otros recuerdos, como cuando en el siglo quinto antes de Cristo, siguiendo las huellas de Hecateo de Mileto y Caronte de Campsaco, recorrió Siria, Palestina, Babilonia, Egipto, Cirene, Cartago, Macedonia, Tracia, Escitia, Italia, la Magna Grecia, y en todos esos lugares conoció los sonidos que invocaban a los demonios.

“Se están aprovisionando de la energía de los extranjeros que llegan al Mundial, estos africanos saben como hacerlo”, comenta Herodoto que conoce secretos que estos sudafricanos conservan como el de las vuvuzelas.

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⏰ Última actualización: Mar 25, 2015 ⏰

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El submarino navega en la última noche de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora