“Te invito un café”. Las palabras son casi susurradas con suavidad y amabilidad, pronunciadas por el comandante Christopher Wreford-Brown. La suavidad y la amabilidad son virtudes que debe cultivar un Gran Demonio para emplearlas cuando lo cree oportuno. Y Christopher Wreford-Brown las cultivaba. Era interesante como con una férrea voluntad, en un instante un Gran Demonio puede controlar el feroz impulso de fumar, algo que a un demohumano le puede llevar un largo tiempo y esfuerzo, incluso recurriendo a grupos de autoayuda. Con esa misma demoníaca voluntad, Christopher Wreford-Brown, luchando contra su propia naturaleza, había cultivado las virtudes de la suavidad y la amabilidad. Por eso, haciendo gala de esas virtudes, me sirve un reconfortante café y me pregunta. ¿Azúcar o edulcorante?, preocupándose por mi salud y la pregunta es disparada en este 9 de abril en que el Conqueror se desplaza a la altura de las islas Canarias.
“Azúcar”, me escucho pidiendo azúcar. “Para mí, edulcorante, un comandante siempre debe mantenerse en forma”, dice coincidiendo su apreciación sobre la figura que debe mantener un comandante con la entrega que me hace de dos sobrecitos de azúcar. Inmediatamente él abre dos de edulcorante y se apresura a vaciarlos en su café.
“Me llegó información que Alexander Haig está reunido con Maggie. Esta chica debe ser intransigente en defender el derecho de los isleños. Maggie es una buena chica, siempre me hace caso, por supuesto, cuando le hablo en mi carácter de Gran Demonio, es una athoniana de ley. Tampoco Leopoldo Fortunato debe ceder. Te das cuenta, Rafael, si ninguno cede la guerra está garantizada, nos vamos a divertir mucho. ¿Qué sería Athón sin guerras? Un planeta aburrido, tan aburrido como los universos del Enemigo. ¿Dónde estaría entonces la diferencia?”.
El comandante bebe un sorbo de café y manteniendo la misma suavidad y tranquilidad, inquiere. “¿Qué te pasa, Rafael? Te noto preocupado”.
“Quisiera, señor, conocer mi próximo destino”.
Christopher Wreford-Brown esboza una tenue sonrisa porque siempre es tenue una sonrisa cuando informa cosas no gratas. “Seguramente, Rafael, después de tu agobiante viaje por la Edad Media, estás esperando unas gratificantes vacaciones en las Bahamas o en alguna playa de Tahití. Lo siento, Rafael, este no es un viaje de placer, el Conqueror no es el crucero del amor”.
Hay un silencio que los dos aprovechamos para concluir la ingesta de café.
“Tu próximo destino es el Islam”, dispara con esa suavidad y amabilidad de la que hace gala un Gran Demonio en ciertas oportunidades.
Insinúo un gesto no de reprobación pero sí de reparo. El comandante parece ignorarlo. “El Islam es un destino deseado por cualquier integrante de la Royal Navy. Nuestro Imperio siempre anduvo metiendo las narices por el Islam. Rafael, me siento muy complacido de informarte ese destino.
Ahora que estás informado de tu próximo destino aprovecho para hacerte algunas precisiones sobre el mismo. ¿Qué es el Islam, Rafael? Para los herejes sumisión al Padre, para la gran mayoría de los ortodoxos, sumisión al comandante del Conqueror. ¿Quedará algún hereje a esta altura de los tiempos? No lo creo, Rafael, no lo creo. Pero hablemos del Islam que es lo que importa.
No ignoras, Rafael, que mi deporte favorito es la guerra. Es el modo más eficaz de lograr los cambios que Athón requiere como energía en movimiento, por lo tanto cada acontecimiento bélico es una probeta alquímica que produce esta energía. Las grandes alquimias que producen Athón son generadas por las guerras.
¿Por qué nace el Islam? Te cuento, Rafael. A principios del siglo siete estaba armando la Edad Media que, como sabes, se consolidó en la Navidad del 800 con la coronación de Carlomagno y la constitución del Sacro Imperio Romano Germánico. Todo iba bien, demasiado bien, pero para que funcionase necesitaba producir un enemigo. Bizancio no daba para enemigo, no calificaba, era poco serio y además, era cristiano. No era conveniente, energéticamente hablando, enfrentar a los cristianos entre sí por más matices diferentes que tuviesen. Estaba con esa preocupación cuando el director de la C.D.I., la temida Central Demoníaca de Inteligencia me informó que sus agentes habían detectado un extraño movimiento de energías en el Medio Oriente. ¿Qué estaba ocurriendo? Inmediatamente ordené profundizar la investigación. ¡Sorpresa! Después de siete siglos El Padre volvía a atacar. Te juro, Rafael, que no lo entiendo, parece que los sucesivos fracasos no le importan y sigue insistiendo en querer dañar a Athón. Al parecer pretendía abrir un enclave luminoso en Medio Oriente”.
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El submarino navega en la última noche de la historia
Historical FictionRafael conoce al Señor Garar el 2 de abril de 1982 en el bar de la Academia, en Buenos Aires. El Señor Garar se convertirá en su guía espiritual. Horas después, en la plaza Rodriguez Peña, descubre a Balthazar, con quién tiene varios encuentros. Bal...