La caída es pesada y dolorosa, no es para menos, es la caída de un alma mutilada en la pequeña cama del camarote, por eso es inevitable caer desparramado y pensando en la enigmática predestinación. ¿Quién predestina, Dios o el Demonio? ¿Es en la demonología donde hay que investigar todos los temas de Athón? ¿Cabe duda que es así? Estoy encerrado en el Oscuro Océano donde navega el Conqueror. El miedo es la medida del tiempo –aguda observación– por eso lo siento al tiempo lento y oprimente. Estoy en el andén de una estación desconocida. Los trenes llegan y parten. Los pasajeros suben y bajan. Yo miro inmóvil, demasiado inmóvil para mi gusto. Alguien desciende de un tren que se me ocurre pecaminoso aunque por fuera en nada se distingue de los otros trenes. Ese alguien se acerca hasta que puedo verle los ojos, nada fuera de lo común.
“¿Es usted el que debe venir a buscarme?”, le pregunto cuando su aliento casi me roza la cara.
“No soy el que siempre viene a buscarlo con distintos rostros y en tiempos muy distantes, se decidió un reemplazo, por lo tanto soy otro y aquí estoy”.
“Durante milenios esta espera me llenó de incertidumbres. ¿Quién vendría a buscarme? Al final comprobaba que siempre era el mismo, un caminar en círculos, mucha bruma, el acostumbrado sufrimiento, hasta que al final su desaparición sin despedida”.
“Ya le dije, yo no era la primera opción, pero el otro tuvo un inconveniente y no pudo venir”.
“¿Qué me promete?”.
“Si usted está dispuesto es posible que llegue al otro lado de la tierra del olvido”.
“¿Por qué el que me venía a buscar me producía tanto miedo y ahora con usted no siento ningún temor?”.
“Mi estimado señor, usted le teme al vacío del olvido, ese era el terror que lo invadía, no eran los personajes con que se disfrazaba el que venía a buscarlo. El miedo que sentía era el olvido”.
“¿Sólo el recuerdo me puede rescatar de ese miedo?”.
“El único recuerdo”.
“¿Hay un único recuerdo?”.
“Usted lo ha dicho. Hay un único recuerdo y muchos modos del olvido”.
“¿La vida es un juego entre el recuerdo y el olvido?”.
“Si quiere ponerlo en esos términos, no está mal”.
“¿Le encargaron que me lleve al recuerdo?”.
“Puedo acercarlo, pero usted es el que tendrá que elegir entre el recuerdo y el olvido”.
“¿Y cómo puedo saber cuál es el recuerdo y cuál el olvido?”.
“Muy fácil, si elige lo de siempre, inexorablemente estará eligiendo el olvido”.
“No entiendo, si los finales son catastróficos, ¿por qué se impone la elección del olvido?”.
“El prometedor le muestra el comienzo del olvido pero jamás el final”.
“¿La catástrofe me dice?”.
“De eso estoy hablando”.
“Lo incierto, lo que no se conoce porque no se recuerda”.
“Por lo que veo elegir el recuerdo tiene el inconveniente de no saber que se está eligiendo”.
“Es cierto, ese inconveniente es por la desazón a la ausencia de lo acostumbrado por más doloroso que sea eso acostumbrado, pero mi estimado señor, puedo asegurarle que el final del recuerdo no lo decepcionará de ninguna manera”.
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El submarino navega en la última noche de la historia
Historical FictionRafael conoce al Señor Garar el 2 de abril de 1982 en el bar de la Academia, en Buenos Aires. El Señor Garar se convertirá en su guía espiritual. Horas después, en la plaza Rodriguez Peña, descubre a Balthazar, con quién tiene varios encuentros. Bal...