El capitán de fragata Christopher Wreford-Brown le pone una sonora carga de patriótica emoción a su voz en esa arenga que nos está dando a la tripulación, 101 tripulantes, yo el 102 y él, como comandante, el 103. Recuerda a Inglaterra, esa reina de los mares. Mira al submarino que flota en la Base Naval Faslane, Escocia, y todos acompañamos su mirada que está clavada en el Conqueror. Me parece encontrarme frente a una poderosa, inquietante ballena que pronto nos tragará.
“¡Es hermoso!”, exclama el comandante y los tripulantes asentimos acerca de la hermosura del Conqueror. “Una tétrica belleza”, pienso.
“Está impulsado por un reactor nuclear Rolls Royce”, explica orgulloso el comandante, un submarino impulsado por un reactor nuclear Rolls Royce tiene que ser motivo de orgullo, debe estar pensando el comandante.
“La bella criatura puede permanecer sumergida durante meses y desplazarse bajo el agua a 30 nudos y detectar a su presa a 60 kilómetros. Este bebé tiene millares de oídos, estoy hablando de los sonares adheridos a su casco que le permiten percibir los sonidos del navío que está buscando, eliminar los ruidos superfluos y transmitir detalles de su hallazgo a una batería de pantallas”.
Los tripulantes nos sentimos maravillados, por esta joya de la tecnología bélica y lo demostramos con murmullos de admiración. El comandante espera complacido a que cesen los murmullos y sigue.
“El bebé le cuenta todo a su mamá, la computadora que como toda mamá atenta interpreta perfectamente lo que el bebé le dice y me lo comunica a mí, que soy su papá, y así, mediante los mensajes computarizados que me envía la mamá yo sé todo lo que el bebé me quiere decir, tipo de navío, rumbo, velocidad, sus escoltas”.
“Esta es la nueva familia tecnológica”, le comento al tripulante que está a mi lado, que sonríe aprobando la nueva formación familiar, ese papá, esa mamá y ese bebé.
“Este bebé que están viendo, como todo es relativo, pueden verlo como alguno de ustedes lo está viendo –el comandante me hace un guiño– como una poderosa ballena pero también cuando uno lo mira tranquilito flotando en sus aguas, lo siente indefenso, chiquitito al lado de un portaaviones o un crucero, pero cuando el bebé se enoja y furioso comienza a lanzar los torpedos Mark/24 Tiger fish, pobrecitos esos grandotes, ahí van casi dos toneladas a una velocidad de 70 kilómetros por hora, que pueden impactar a 60 kilómetros, pulverizando a esos imponentes monstruos marinos”.
El comandante es el papá del bebé y los tripulantes los tíos babosos, que se derriten ante su maravilloso sobrinito.
“Nuestro bebé es muy precavido, y por si el Mark/24 Tiger fish se desvía tiene escondido entre sus pañales los torpedos Mark 8 que con sus 800 kilos de torpex, tantas satisfacciones les dio a los bebés que actuaron en la Segunda Guerra. Es todo muchachos, ya pueden ir entrando en las entrañas de nuestro bebé”.
El Conqueror entra en lago Gare que se abre sobre el río Clyde, el 2 de abril, con el propósito de ser abastecido. Es el misterio de ese otro tiempo y espacio incomprensibles para la mente. Mientras el 2 de abril estaba con el Señor Garar en La Academia, también estoy en el Conqueror, sintiéndome en ambos lados en un tiempo presente.
4 de abril, miro el reloj en el instante en que el comandante Christopher Wreford-Brown ordena la partida, son las 21:15 horas.
El Conqueror traspasa el velo de la noche y se hunde en la noche más profunda. Parece un fantasma iluminado por las luces que le proyectan los primitivos demonios que habitan en el fondo de los mares. El submarino penetra en retazos de energía que no pertenecen a este mundo, pero que lo están creando.
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El submarino navega en la última noche de la historia
Historical FictionRafael conoce al Señor Garar el 2 de abril de 1982 en el bar de la Academia, en Buenos Aires. El Señor Garar se convertirá en su guía espiritual. Horas después, en la plaza Rodriguez Peña, descubre a Balthazar, con quién tiene varios encuentros. Bal...