CRÓNICA 7

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10 de abril. El Conqueror navega a la altura de las islas de Cabo Verde. La tripulación está comentando las informaciones que nos llegan. Se estableció una zona de exclusión de 200 millas en torno a las Malvinas. El Spartan y el Splendid pueden atacar naves argentinas dentro de esa área. Nosotros nos dirigimos a las Georgias. Haig dijo tal cosa y Maggie dijo otra. A su vez Leopoldo Fortunato y su canciller Costa Méndez afirmaron lo contrario. ¿Qué sentido tiene todo este parloteo si todo lo que ocurra no puede no ocurrir porque está destinado desde hace siglos que así ocurra? El comandante que está a mis espaldas comienza a aplaudir.

“Espectacular, Rafael, veo que estás entendiendo el juego”.

Me doy vuelta y me encuentro con sus ojos socarrones y satisfechos.

“Acompáñame, Rafael”. Es una invitación más que una orden.

Lo sigo hasta llegar a una puerta que suponía clausurada. El comandante se asegura que nadie nos mire y la abre. No usa llave, simplemente la empuja. Entramos y la puerta se cierra sin que aparentemente nadie la cierre. Comienza a bajar por una escalera y lo sigo. La escalera desemboca en ese Océano, el conocido como Océano del Gran Demonio. Caminamos un tramo por el fondo del Océano hasta que llegamos a una lujosa mansión. El demonio portero, al reconocer a Christopher Wreford-Brown, sonríe y nos abre el paso.

“¿Cómo te encuentras Anael?”, lo saluda el comandante palmeándolo en el hombro.

“Complacido, señor, que nos venga a visitar”.

“¿Y los muchachos cómo andan?”.

“Siempre atentos y vigilantes”.

“Son de hierro”, elogia el comandante a los demonios guardianes.

“Están monitoreando la entrada y seguramente estarán saltando de alegría de tenerlo entre nosotros”.

Anael me mira con curiosidad y el comandante sonríe de un modo cómplice.

“Rafael es mi delfín”, soy de ese modo presentado a Anael.

“¿Piensa retirarse, señor?”, dice Anael con un dejo de tristeza en la voz.

“En la Royal Navy hay una edad para retirarse. Yo establecí esa ley y como militar pundonoroso tengo que cumplirla a rajatabla”.

 El comandante saluda con una cariñosa palmada, casi una caricia, en el rostro a Anael, yo me despido del demonio guardián con un gesto y entramos en la mansión. Descendemos laberínticas escaleras en medio de un silencio inquietante. Alguna vez mi demonio personal me comentó que de los secretos del Gran Demonio no se vuelve.¿ Yo estoy a punto de entrar en un gran secreto?. Nuevamente desembocamos a las profundidades del Océano, esta vez a las fosas abisales.

“Rafael, vas a conocer el secreto de la alquimia con que produzco el mundo”, me dice el comandante con una inquietante naturalidad. Al terminar sus palabras el Océano adquiere una extraña claridad, producto de millones de lámparas incandescentes que alumbran una escenografía que representa a Nueva York con sus torres, sus espectáculos, asesinatos, autos, buses, subterráneos, demonios de todo tipo y color, energías exasperantes con las que Christopher Wreford-Brown se siente muy a gusto.

“Este es mi teatro favorito”, dice el comandante señalando un conjunto de edificios que parecen querer chocar con un cielo oscuro, que no es un cielo sino el techo de alguna fosa abisal del Gran Océano.

Nos detenemos ante una torre gigante que tiene un cartel luminoso que anuncia al CENTRO ALQUÍMICO DE ATHÓN. Christopher Wreford-Brown me invita a entrar y cuando me introduzco en sus entrañas me envuelve una agitación alucinante.

El submarino navega en la última noche de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora