CRÓNICA 25

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“La cuestión no es la información sino como se presenta”, rememora Juan esta enseñanza del maestro en periodismo Giralfeld cuando, ensayando la mejor sonrisa, ingresa a la sala de periodistas –ese día de su inauguración, en 1950– al cumplirse cincuenta años del siglo veinte.

“La violencia fue un festín, pero el comandante no encarnó”, piensa Juan en el momento que enfrenta las ansiosas miradas de los representantes de los principales medios de Athón.

Juan saluda con un “muy buenos días amigos periodistas”, pero su mente está en otro lado, en los tiempos en que el comandante ocupó ese palacio, todos los de la historia, pues fue construido en la primera época del Egipto faraónico. Siempre fué un mundo cerrado y prohibido, y como lo prohibido desata la imaginación, se comentaba en voz baja y de oído a oído que el comandante convivía con la Venus Negra y sus concubinas. También se decía –seguramente eran falsedades esparcidas por los servicios de inteligencia del Enemigo que operaban en Athón– que innumerables vástagos del comandante estaban encerrados en los subterráneos del palacio. Si con estos rumores el Enemigo pretendió una campaña de desprestigio le salió el tiro por la culata. Los athonianos, a medida que se esparcía su fama de demoriego lo admiraban cada vez más, tanto  los demohombres que lo envidiaban y las demomujeres que albergaban el secreto deseo de ser sus concubinas. ¿Y los vástagos? Infundios del Enemigo. Los demohumanos decían “los vástagos somos nosotros y no estamos encerrados en ningún subterráneo”.

Cuando el comandante, en el momento de partir para su encarnación, le entregó el palacio, no estaba la Venus Negra, ni había concubinas ni vástagos por ninguna parte.

Juan dispuso innovaciones, “era necesario un cambio de aire”, recuerda. Instaló las oficinas del personal administrativo, a los demonios sirvientes les cambió el uniforme del siglo dieciocho, que tanto le gustaba al comandante y los proveyó de unos más cómodos adaptados a la época. Además quiso dar una imagen familiar y se mostraba con frecuencia acompañado de su esposa Marina y de sus hijos nacidos en el veinte, Gaspar y Tonino. Las aventuras amorosas eran fuera del palacio y secretas.

La sala de periodistas que ahora inauguraba fue consecuencia de esta apertura y se concretó por los consejos del maestro en periodismo Giralfeld.

“Juan –le mostró Giralfeld– el nazismo se derrumbó, la Unión Soviética quedó encerrada detrás de la Cortina de Hierro y no creo que pueda salir. Empieza el comunismo maoísta en China, pero no podemos apostar a las incertidumbres. El fracaso de Gandhi fue decisivo para que el plan original quede descartado. Estamos en un escenario impensado y ante el cual necesitamos nuevas estrategias”.

“¿Dónde piensas, Giralfeld, que deben centrarse estas estrategias?”.

“En los medios de comunicación”, respondió Giralfeld con absoluta convicción.

Juan piensa que entendió. Aquel mundo cerrado, jerárquico, compacto donde habitaría el comandante por ahora no era posible. Solo el comandante encarnado podía generar la concentración de energía necesaria para construir ese mundo. Sin el comandante la energía debía circular por todo Athón y los medios de comunicación tenían que convertirse en el motor de esa circulación. El protagonismo del periodismo tenía que ser decisivo. Juan deja sus reflexiones y se dirige a los demohombres y demomujeres de prensa convocados.

“Amigos periodistas tengo la inmensa satisfacción de abrir el palacio del comandante a quienes en la última mitad del siglo veinte, se constituirán en los portavoces del mundo demoníaco.

La palabra del comandante, que en las antiguas civilizaciones fue pronunciada por los sacerdotes, en la modernidad tuvo su hegemonía en filósofos, científicos y literatos, a partir de este momento será patrimonio de ustedes, los demonios de prensa. La voz del comandante circulará por los medios de comunicación de masas.

El submarino navega en la última noche de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora