El marinero de segunda, ese humilde marinero que en su tiempo y en los tiempos que siguieron fue conocido y exaltado como Cristóbal Colón, moja sus pies en el mar luminoso que conduce a la arena blanca de esa playa de uno de los incalculables universos del Padre. El marinero mira el bote desde donde lo saludan el Señor Garar y Padmasambhava. Yo lo saludo desde la playa, completando la escena de gozosa calma. Lo recibe el maestro Yogananda y juntos desaparecen en las misteriosas arenas. Padmasambhava se despide del Señor Garar y agitando los brazos me saluda, divisándome en la playa. El maestro regresa a su tarea en el reino de los muertos. El Señor Garar acomoda el bote en la arena blanca y viene a mi encuentro. Habíamos convenido que nos encontraríamos en esta playa al concluir el 11 de abril.
“¿Qué tal tu viaje en el Conqueror?”, me pregunta el Señor Garar mientras caminamos en la playa de arena blanca.
“Este 11 de abril fue fatigoso. El submarino de pronto empezó a descender, estábamos en la latitud de Trinidad y tuvimos que bombear unos cientos de litros de agua, para que recuperase su flotabilidad. Puedo pasar casi inadvertido por la tripulación pero eso sí, el comandante no me saca los ojos de encima”.
“¿Adónde tienes que ir ahora?”.
“Al Nuevo Mundo”, digo mientras subimos al tren fantasma que nos estaba esperando.
“Antes que partas para el Nuevo Mundo vamos a hacer una visita al Vaticano”, me dice el Señor Garar mientras el tren fantasma serpentea por los laberintos del tiempo. El tren fantasma se detiene exactamente donde se unen las coordenadas del fin de siglo quince con el Vaticano.
“Observa, Rafael, lo que ocurre detrás de esta ventana”, me señala el Señor Garar una de las tantas ventanas del Vaticano.
Permanezco observando con mucha curiosidad. “¡Otra vez el comandante!”, exclamo ante la presencia del comandante que en esa habitación estrecha en un abrazo al Papa Alejandro VI y lo besa en ambas mejillas.
“Mi buen Rodrigo Borgia, hijo fidelísimo en quien confié y elevé al trono pontificio donde hoy reinas como Alejandro VI”.
“Santo Padre –se arrodilla el Papa ante el comandante– mi agradecimiento es eterno, como eterna es tu gloria, mi amado Señor. ¿Pero por qué me has elevado a la más santa de las monarquías?”.
“¿Quieres saberlo, Rodrigo? Perdón por faltarte el respeto, te llamé Rodrigo y ahora eres el Sumo Pontífice Alejandro VI. Los recuerdos me confunden, vuelvo a pedirte que me disculpes”.
“Para ti, Santo Padre, yo soy siempre el pequeño Rodrigo”.
“Te agradezco, no sabes cuanto me alegra que me veas como tu padre al que respetas y amas. Estoy, Rodrigo, orgulloso de este hijo que me regaló la Venus Negra. Pero por favor levántate, Alejandro, no continúes arrodillado, debes verme no solo como un padre sino como un amigo, y nadie se arrodilla ante los amigos. Vamos, sentémonos en esos cómodos sillones y disfrutemos de nuestro encuentro”.
Alejandro VI se levanta lentamente y se pregunta. ¿Estar postrado de rodillas ante su Señor no es la actitud más digna que puede tener un Papa? Pero el Santo Padre le pide que se levante y no puede desconocer su petición.
Alejandro VI está sentado en ese cómodo sillón desde donde puede mirar a Christopher Wreford-Brown sentado en el suyo, están a la misma altura pero el Papa sabe que nunca serán iguales y siquiera imaginarlo sería el más terrible de los sacrilegios.
“¿Y los chicos, Alejandro? ¿Cómo está César? ¿Y Lucrecia? Sabes el cariño que le tengo a Lucrecia, mi Lucrecita, mi ahijada, si soy su padrino de bautismo. Siempre te admiré Alejandro por la preocupación que tuviste por tus hijos, velaste por su bienestar, procuraste que nunca les faltase nada, y aún ahora que eres Papa y múltiples compromisos consumen tu tiempo siempre te haces un momento para el afecto de tus vástagos porque antes que Papa te sientes padre”.
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El submarino navega en la última noche de la historia
Historical FictionRafael conoce al Señor Garar el 2 de abril de 1982 en el bar de la Academia, en Buenos Aires. El Señor Garar se convertirá en su guía espiritual. Horas después, en la plaza Rodriguez Peña, descubre a Balthazar, con quién tiene varios encuentros. Bal...