CRÓNICA 4

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7 de abril. El Conqueror se desplaza a gran velocidad, probando toda su potencia. Tratamos de resolver ciertos problemas técnicos que se originan a grandes profundidades. Por el momento todo está ajustado. El comandante me llama y me pide que observe por el periscopio, mientras el submarino ingresa al Tíber.

“¿Qué observas, Rafael?”. Respondo conmovido que veo a Roma, la inolvidable Roma. El Conqueror se desliza por el Imperio Romano, desde Gran Bretaña al Sahara, avanza de la península Ibérica al Éufrates, Roma la vencedora de Cartago. Roma que nace cuando Rómulo y Remo interpretan el vuelo de las aves como una señal del capitán de fragata Christopher Wreford-Brown. Roma, la de la Monarquía, la de la República, la del Imperio. Roma, la de las magníficas legiones. Roma la ciudad, esa ciudad donde se alzan los templos, los monumentos, el Coliseo. Roma de Júpiter, de Marte, de los flamines, de las vestales. Roma de Publio Cornelio Escipión, el africano, el vencedor de Cartago. Roma de Espartaco, el gladiador rebelde. Roma de las conquistas de Julio César y las puñaladas que lo derrotan en el Senado. Roma la del Arco de Triunfo. Roma de Constantino, el Cristianismo y la de Juliano el Apóstata. Roma de las grandes avenidas diseñadas por Nerón después del incendio. Roma de la guardia pretoriana. Roma panem et circum. Roma del estoico Marco Aurelio, y de Séneca y Virgilio. Roma interminable, como interminable son sus siglos. Una voz que reconozco como la voz de Solaris me dice que debo salir del embrujamiento de Roma.

¿Qué es Roma? Le pregunto. Solaris va descifrando Roma, esa Roma donde conviven las guerras, las conquistas y su mágico encantamiento. Roma fue una gran jugada de Christopher Wreford-Brown anticipándose a la llegada de la energía Crística. El comandante del Conqueror pudo percibir las características de universalidad que tenía esa energía que El Padre iba a enviar a través de Jesucristo y buscó neutralizarla con un proyecto también universal de afianzamiento athoniano a través de la conquista del mundo conocido. Roma se convierte en un desborde donde belicosos demonios quieren comer y ascender en forma voraz. Roma es confusión, sensualidad, pérdida de equilibrio. Roma es un privilegiado centro alquímico de la Venus Negra donde se van plasmando matrices de oscuridad que se irán proyectando en los siglos venideros. Roma es una bola negra llena de humo y furia. Roma es la fuerza y la debilidad de la guerra. Roma es el poder desmesurado, el lugar del sometimiento, Roma es el circo y la cruz. Roma son los artilugios de un demoníaco juego que se expande con sus artilugios a tierras remotas. Roma es el ritual que seduce, gana confianza y se termina apoderando de la presa.

Christopher Wreford-Brown, cuando estoy mirando embelesado Roma desde el periscopio del Conqueror, me dice que yo soy Roma, su reino, su poder y su gloria.

Solaris me muestra que Roma está en mí, pero debo liberarme de Roma.

Llego a Roma para descifrarme en Roma.

Recién ahora, al llegar al Coliseo me doy cuenta que las calles de Roma están vacías. Entro al Coliseo y el clima es fantasmal. Entrar al Coliseo me conmueve. El gran Coliseo está en penumbras, unas piadosas penumbras que disimulan la penosa condición en que se encuentra. En el último escalón de una de las tribunas hay alguien. Inevitablemente me acerco a la que supongo la única forma viviente que habita ese desierto de piedra. Recién cuando estoy a su lado levanta la cabeza y me mira.

“Ave César”, dice inesperadamente levantando el brazo y después se ríe tristemente, muy tristemente.

“¿Quién eres?”, me pregunta sin demasiado entusiasmo, como para cumplir una formalidad.

“Rafael”, le contesto con cierta resistencia. Espero un duro interrogatorio, qué hago allí, para que había ido, pero se queda mirándome como si yo no le importase, me doy cuenta mirándolo a los ojos que en realidad nada puede importarle.

El submarino navega en la última noche de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora