El comandante me recibe en la madrugada del 15 de abril en su cabina del Conqueror con tostadas, mermelada y el infaltable café negro.
“Perdona Rafael que te haya robado parte de tu descanso después que ayer padeciste ese insoportable juicio a los reformadores. Lo que ocurre, Rafael, es que quiero que te vayas enterando de adentro como se juegan las cosas en Athón. Antes que hagamos un viaje que tendrá lugar en el siglo diecisiete, vas a enterarte de los pormenores de una historia que no te exagero, unos siglos después cambiará el eje de Athón. Ahora Rafael desayuna con tranquilidad que con el estómago lleno el entendimiento se aclara”.
No tengo hambre, pero esto no se lo puedo confesar al comandante, un demonio siempre debe estar impregnado de un espíritu devorador. ¿Cómo podía mirarne el comandante si mostraba el delator signo de la frugalidad? De todos modos las tostadas con mermelada eran apetitosas y el café negro me despertaba de un sueño interrumpido.
“Vas a conocer a unos demohumanos de elite, no les creas demasiado, los demohumanos son engañadores, ya lo sabes, y además estos con la energía que les dí, se volvieron decididamente paranoicos”.
En un extremo de la cabina una puerta tiene un cartel que anuncia Privado. El comandante abre la puerta y me invita a pasar.
Somnolientos –no olvidemos que estamos en la madrugada– tres demohumanos con aspecto de inteligentes, esperan –esa es la impresión que me da– entre aburridos y ansiosos la llegada del comandante. Hasta que el comandante –al que acompaño– llega.
“Hola muchachos”, se anuncia el comandante con un saludo informal que pretende abrir la confianza en esos demonios somnolientos con aspecto de inteligentes.
El comandante no era el juez severo, ni el Dios lejano, ni Nuestro Señor en el interior de la conciencia, ni ninguna de sus otras manifestaciones más externas o más íntimas. Ante esos muchachos era un camarada, casi un amigo.
El tono de comandante le da confianza a uno de los demohumanos que lo recibe con un cordial saludo.
“Madrugando, comandante”.
“Y a mi pesar haciéndolos madrugar, pero dentro de unas horas salimos de viaje y quiero antes hablar con ustedes para cerrar algunas cuestiones”.
“Estamos a sus órdenes, comandante” dice el que había saludado.
“No te los presenté, Rafael. El que acaba de hablar, tal vez su rostro no te resulte familiar, es el compositor Josquin Depres”.
“Hola Rafael”, me saluda Josquin levantando la mano para despegarse del sueño.
“A los otros amigos no hace falta que te los presente, ya los conoces desde hace tiempo”.
“Por supuesto comandante, los conozco y los admiro y por lo tanto me emociono al estar nada menos que ante Leonardo Da Vinci y William Shakespeare”.
“Rafael está deslumbrado con La última cena”, comenta con orgullo Leonardo.
“¿Cuántas veces leíste y fuiste a teatro para ver Macbeth?”, sigue William.
“Josquin –interviene el comandante– ¿preparaste la música que te pedí?”.
“Creo, comandante, que estará conforme con lo que hice. Martín está copadisimo con mi música”.
“Se refiere a Martín Lutero”, aclara el comandante.
“Martín dice –agrega Josquin– que tengo la capacidad de hacer lo que quiero con los sonidos”.
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El submarino navega en la última noche de la historia
Historical FictionRafael conoce al Señor Garar el 2 de abril de 1982 en el bar de la Academia, en Buenos Aires. El Señor Garar se convertirá en su guía espiritual. Horas después, en la plaza Rodriguez Peña, descubre a Balthazar, con quién tiene varios encuentros. Bal...