Era un día nublado, evento insólito al tratarse de una playa siempre soleada. Las nubes se iban tiñendo de gris y el viento arrojaba chispitas de agua que se fundían con la salada inmensidad del mar, el coloso que rozaba con las orillas arenosas de aquel poblado paradisiaco, tan ardiente como las brasas del averno.
Y como en todo averno, por supuesto que existían demonios habitando en él.
Marina Mondragón se encaminaba a la catedral, llevando en su diestra una botellita de cristal. Parecía una inocente jovencita al haberse ataviado con un blanco vestido corto, pero la gente sabía que solo era la piel de cordero que ocultaba al lobo. La chica no se molestaba en mirarlos siquiera, ella solo iba por una cosa y no iba a desperdiciar su tiempo escuchando los pensamientos de su alrededor. Ya sabía que todos le imploraban mentalmente a Dios que ella no les hiciera daño, o que incluso fuera eliminada de la faz de la tierra.
La joven entró a la iglesia sin hacer ruido, pero aun así los demás notaron su presencia y voltearon a verla con cara de pocos amigos. Ella sin intimidarse les sostuvo la mirada; sólo eran unas pocas señoras que se habían reunido a adorar al Santísimo. Como si nada pasara, la chica avanzó hacia la pila de agua bendita y sumergió su botellita, sin importarle recibir el desprecio de esas ancianas. Sabía que ellas la odiaban por robar tan sagrado líquido, pero se mantuvo en calma ante aquellos perforadores ojos.
Marina cerró su botellita tan pronto esta se llenó, la secó con un pañuelo y la guardó cuidadosamente en su bolso. Se persignó para no enfadar más a las santurronas y salió de ahí a paso rápido, todo sin descuidar su actitud digna. Tan pronto alcanzó el atrio, soltó un largo suspiro que hasta entonces supo que contenía.
Una bruja en una iglesia era una blasfemia, pero necesitaba el agua bendita por encargo de su madre. Solo esperaba que al menos Dios pudiera disculparla, pues él sabía para qué la necesitaban.
Ya estando más tranquila, Marina pasó al mercado, donde la humilde vendedora de flores la esperaba con sus mejores alcatraces reunidos en un ramo. Como todos los meses, la chica le pagó sin titubear y recibió los alcatraces, dándose cuenta de que hacían juego con su vestido y parecía vestir un ajuar nupcial.
La vendedora pensó lo mismo que ella y se atrevió a decirle:
–Se ve preciosa, señorita. Parece una novia.
Marina hizo una mueca, asintió y se retiró en silencio. No se molestó en echarle a perder el cumplido a doña Hortensia, sabía que ella se lo hacía con sinceridad. Sin embargo, por más hermosa que se viera como novia, de nada valía si no existía un novio dispuesto a llevarla al altar. ¿Quién se atrevería a desposar a una de las brujas de La Mira, de todas formas? Solamente un suicida como lo fue su padre al atreverse con su madre, pero a cambio de destrozarle el corazón en el proceso. Marina no quería terminar como su madre, pero...a la vez sentía un intenso deseo hacia esa autodestrucción tan placentera llamada amor.
En su camino de regreso, la joven llegó al chinchorro y se detuvo un momento de cara al ardiente mar azul, pues le gustaba observar a los pescadores volver a la costa con sus redes cargadas de coloridos pescados que se retorcían queriendo escapar. Al ser un pueblo pesquero relativamente pequeño, ella reconocía a la gran mayoría de esos señores: estaba don Chuy, el salado don Sam, su hijo Enrique que sorprendentemente se veía sobrio, seguramente porque estaba cortejando a Josefina, la de la pescadería de enfrente...pero de pronto, los obscuros ojos de la bruja vislumbraron un llamativo intruso. Entonces no pudo mirar a nadie más.
A pesar de la distancia, se distinguía fácilmente por su alta estatura, piel blanca que empezaba a verse tostada por el sol y un excelente porte que lo convertía en un bello ejemplar de hombre, ataviado únicamente con unas viejas bermudas de mezclilla. Cabello azabache alborotado por la salada brisa, rasgos delicados pero varoniles y unos ojos verdes como las palmeras; mal encarado y silencioso, pretendía pasar desapercibido sin ningún éxito, mientras hábilmente extraía los peces de la red y los depositaba en una serie de baldes.
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De Norte a Sur
RandomJulián ha asesinado al único hijo del mafioso de su cuidad, por lo que recorrerá el país entero ocultando su identidad. Es entonces que va al sur y llega a La Mira, un pueblo costero de calor infernal. Ahí conoce a Marina, una joven que junto a su...