12: Un concierto privado

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El atardecer embellecía la esplendorosa costa, mientras una risueña pareja de enamorados descendía del risco. Julián se mantenía atrás de Marina, guiándola por el escarpado camino, mientras juguetonamente le cubría los ojos pues le tenía preparada una sorpresa que esperaba fuese de su agrado. Intrigada, la chica se impacientaba y no paraba de interrogar a su amado, a lo que él simplemente le aseguraba que pronto lo vería.

–Por favor, dime que ya llegamos –suplicaba ella–. ¡A este paso, llegaremos tarde al cine!

–Bueno, avanzaríamos más rápido si cierta niña no fuese tan desconfiada.

–Es que no entiendo. Si dices que no es un regalo para mí...

–De cierta forma, lo es –replicó él con una sonrisa–. ¡Oh, perfecto! Gracias a Dios sigue aquí.

Marina estaba por preguntarle a qué se refería, cuando de pronto él le destapó los ojos.

Fue entonces que la chica se quedó boquiabierta al admirar la preciosa motocicleta que se encontraba ahí estacionada, oculta entre la maleza. Era un vehículo sencillo y su pintura azul requería de un retoque, pero sin duda alguna debía de valer una pequeña fortuna.

–Espero que no les tengas miedo –dijo Julián contento.

Estupefacta, su novia se llevó una mano a sus labios.

–¡Madre mía! Debió costarte mucho... ¿Dónde la conseguiste?

–Un amigo de Kike era repartidor, me la vendió con todo y cascos –sonrió, mientras la abrazaba y le daba un beso–. Ahora ya no tendremos necesidad de caminar...y más que nada, estarás más segura.

Marina sonrió, conmovida y más enamorada que nunca.

–De acuerdo, ¿me llevas, entonces?

Julián sacó la moto de su escondite, le entregó a su novia un casco y le ayudó a abrochárselo, pues sin importar el calor la seguridad era fundamental. Así pues, la afortunada Marina subió al vehículo y abrazó a su novio con fuerza mientras saboreaba una dulce nostalgia, pues de pequeña solía viajar así con su padre.

Fue satisfactorio sentir el viento golpeándoles los rostros, mientras raudamente recorrían la iluminada calle costera, que bordeada de altas palmeras ofrecía una preciosa vista del mar chispeante, donde el astro rey se sumergía mientras un aterciopelado cielo obscuro plagado de plateadas estrellas hacía acto de presencia.

En un santiamén, los enamorados llegaron al pequeño centro comercial de La Mira, donde se llevaron una gran decepción al ver que el único cine había sido clausurado. Julián se acercó al guardia, habló con él y luego volvió junto a su novia, que a unos metros en el estacionamiento lo esperaba junto a la moto.

–Al parecer, lo cerraron por falta de permisos –suspiró–. En fin, ¿a dónde más quieres ir?

Marina se encogió de hombros.

–No lo sé; de no ser la playa, no hay mucho por aquí... –miró a su alrededor–. Sólo tienditas, si acaso una pizzería de dudosa higiene. Y en la costera, hay antros de mala muerte.

Julián se quedó pensando, mientras se recargaba en la moto y envolvía a la chica en sus brazos.

–Bueno...si quieres, podemos ir a mi casa –dijo al fin, esbozando una leve sonrisa–. Podemos pasar a una tiendita a comprar botana y ver alguna película o serie ahí.

–¿Don Sam no pondrá el grito en el cielo? –preguntó ella sonrojada.

–No, si bien vivo junto a su casa, es un cuarto muy independiente. Nadie nos molestará ahí.

De Norte a SurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora