5: La dama del mar

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Marina podía sentir la arena mojada bajo sus pies, y a cada paso que daba el agua la invadía cada vez más con su calidez, por lo que se abandonó en el manso oleaje de la hermosa caleta. El brillo de la luna se reflejaba en su piel mojada, mientras nadaba libremente como sirena y de vez en cuando canturreaba algunos versos de La dama del mar, su nueva canción favorita:

"Busco mi sitio, busco mi lugar,

Busco un hechizo para enamorar,

Yo soy la muerte, soy la maldición,

Soy tu perdición..."

Era un poco peligroso que una muchacha saliera sola de noche a caminar por la playa, pero a ella no le preocupaba. De todas maneras, ¿quién tendría la estupidez de meterse con una de las brujas del pueblo? Si alguien tenía el atrevimiento de querer ponerle una mano encima, simple y sencillamente se las vería no sólo con ella, sino también con su madre, la bruja mayor, quien era igual o hasta más temida.

La joven Marina solamente la conocía como su madre, y en eso era la mejor. Detrás de su imagen tan amenazante, era la madre más tierna y cariñosa que cualquier hija pudiera tener. En una costa donde la gente les temía y las relegaba, madree hija habían aprendido a contar una con la otra, forjando entre ellas un fuerte y estrecho vínculo. Desde niña, Marina sabía bien que su madre era la única persona a quién podía confiarle cualquier cosa; su nombre de pila era Alina Melquiades, bella mujer de fuerte carácter, ejemplo a seguir de su hija que abrigaba la esperanza de ser como ella al cumplir su edad.

Siempre que salían juntas al mercado, su querida madre la ponía al tanto de los suculentos secretos de todos los que pasaran, exponiendo lo hipócrita que la gente podía ser, pues nadie las quería por su reputación de brujas y, sin embargo, todos recurrían a ellas para guardar sus más obscuros secretos.

–¿Ves a esa pareja con el bebé? Ella tuvo una aventura con el compadre y tiene engañado al marido con que es su hijo. ¿Ves a esa muchachita de trenzas? Tiene engañada a su madre que dejó al novio, que es su maestro de escuela, pero ya hasta está embarazada de él y le urge "remediarse" rápido. ¿Y ves a esa mujer tan elegante de allá? Ayer vino a pedirme un remedio para su marido...

–Ah, sí, la estirada de doña Emilia. ¿Qué remedio te pidió?

–Uno para que a su marido no le funcionara "su hombría" con otra mujer.

–Pues no la culpo, con sólo ver a su esposo se le nota lo promiscuo.

–Sí, pero ya le dije a ella que las mujeres no son el problema. Su marido tiene otros gustos que lo han orillado a llevar una doble vida, ya sabes a qué me refiero. Le truena bien duro la reversa.

De repente, Marina levantó la mirada y sintió cómo su corazón daba un violento vuelco, con la sangre corriendo como un millar de caballos desbocados. El muchacho de encantadores ojos verdes venía caminando al otro lado de la calle, cargando un par de bolsas que seguramente contenían su despensa.

En un fugaz momento, las miradas de los chicos se cruzaron. Por su parte, la maliciosa Alina vio todo y luego comentó refiriéndose al muchacho:

–¡Ah, es joven y buen mozo! Engendrará buenos nietos.

–¡Mamá! No digas eso, te oirá...

–Por ahora sólo le fascinas. Pero muy pronto estará perdidamente enamorado de ti.

Marina se ruborizó intensamente. Nadie mejor que su madre para determinar esa clase de cosas.

–¿Cómo sabes? ¿Acaso él fue a consultarte o qué? ¿En qué te basas, mamá?

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