23: Roomie desaparecida

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Fabiola regresó a su domicilio a tempranas horas de la mañana, todavía resintiendo las consecuencias de su alocada noche de copas. Su acompañante había tenido la decencia de trasladarla en su auto hasta la entrada de su edificio, aunque discretamente pues era casado. Así pues, la muchacha se despidió y rápidamente subió las escaleras; el rubio pelo revuelto, el provocativo vestido arrugado y los tacones en una mano para evitar ruidos que pudieran despertar a los chismosos vecinos. Confiaba en que su roomie Diana ya se hubiera ido a trabajar y así tener el departamento para ella sola, pues debía descansar para su próxima guardia en el hospital.

No obstante, su pueril intento de pasar desapercibida fue en vano, pues al llegar hasta su piso se topó de frente con su vecina Keyla, ya en uniforme de trabajo y con el bebé bien abrigado en sus brazos.

Sin más remedio, ambas se saludaron con un beso en la mejilla.

–¡Oh, buenos días, Fabi! ¿Cómo estás?

–¡Key! Good morning. Ay, qué vergüenza, me atrapaste cruda...

–No pasa nada, nosotros vamos saliendo. ¿Te divertiste mucho anoche?

–Ay, amiguis, sigo adolorida...Bailé, bebí y cogí como loca...

–Ni me cuentes los detalles sucios, que hay niños presentes.

Fabiola se estremeció por el frío clima, de modo que sacó sus llaves.

–¡Ay, no, me estoy helando! ¿Gustas pasar y seguimos chismeando a gusto?

Keyla lo pensó un poco, hasta que se encogió de hombros.

–Está bien, al fin que entro hasta las nueve.

Entonces ambas ingresaron al departamento, el cual hallaron tan desordenado que daba la impresión de que la tormenta de la anterior noche hubiese pasado por ahí.

–¡Uy, la Dianis también se la pasó en grande! –exclamó Fabiola con picardía.

–Con razón se escucharon ruidos raros... –dedujo Keyla haciendo una disgustada mueca.

–¿Quieres un café, Key? Porque a mí me urge.

–No, muchas gracias. Recién tomé antes de salir.

–¡Sacrilegio! Tómate algo, aunque sea un vasito de agua.

–Es que no soporto tanta cafeína, pero sí te acepto el agua.

–Okey, sírvete con confianza. Estás en tu casa.

Fabiola sacó su llave para abrir su dormitorio, no sin antes asomarse discretamente al de su reservada roomie, en busca de algún hombre escondido por ahí, pero sólo vio desorden total. Algo inaudito, pues Diana era una loca de la limpieza; tal vez lo había dejado así con tal de no llegar tarde al trabajo...

Inesperadamente, el bebé empezó a llorar, por lo que su madre tomó asiento en un sofá y se dedicó a calmarlo, señalándole incluso la enorme tortuga de peluche que ahí habían colocado.

–¿Me prestas un ratito tu tortuga, Fabi? Creo que Turi la quiere.

–Si fuera mía, sí, pero es de la Dianis. Además, yo que tú no la tocaría...sabrá Dios qué hicieron con ella... –explicó Fabiola, mientras se metía a su dormitorio y se despojaba de su atuendo de fiesta–. Es que, sí, pobrecita, hace mucho que no le acomodaban la matriz. Se descargó por fin la app y le gustó un güey que se veía bien pendejito en la foto...pero, bueno, cada una con sus gustos humildes...

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