16: Madre es la que cría

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Keyla había salido tarde del trabajo, como de costumbre; ser ayudante administrativo de alguien como doña Yola era prácticamente no tener vida social. Aun así, la muchacha debía estar agradecida por tener un trabajo, pues después de ser desalojada del ostentoso encierro donde Joan la tenía, ahora debía ganarse por sí misma el pan, como solía hacerlo antes de enamorarse y echar su carrera por la borda, apostando todo a un proyecto de vida que jamás progresó. Si bien ella admitía que en cierto modo era liberadora la ausencia de Joan, sí que era duro ser una vulgar citadina de nuevo, y afrontar el hecho de que seguramente moriría como tal.

Sin más remedio, tuvo que regresar al departamento de su tía Marilú y compartir cuarto con su odiosa prima Jessica, que recientemente había parido un bebé. Eran la única familia que la chica tenía, por desgracia; su tía no era más que una vieja alcohólica que vivía de lo que el gobierno le daba, mientras que la hija no era más que una mal viviente que, perpetuando la tradición familiar, se había embarazado de un señor casado que nunca se haría cargo de la criatura. Por eso, cuando Keyla se presentó pidiendo asilo, su tía la aceptó más que nada por obtener un nuevo ingreso en el hogar, ya que prácticamente se morían de hambre.

Keyla encerró su vehículo en una estructura con malla metálica, subió las escaleras y desde antes de entrar al departamento, ya podía oír el lastimero llanto de un bebé. Entonces entró presurosa, ya que presentía que el pobre niño tenía horas sin comer, sin que le cambiaran el pañal o peor aún enfermo.

Ni se molestó en despertar a su tía, que dormitaba en el sofá con una caguama en la mano, y cerrando tras de sí corrió al dormitorio. Ahí, la indignada muchacha halló a su prima Jessica que, habiéndose colocado unos audífonos de diadema, se preocupaba más de aplicarse perfectamente el gloss en sus labios.

Iracunda por tanta crueldad, Keyla le arrancó la diadema de la cabeza.

–¡¿Qué te pasa, pendeja?! –protestó la chiquilla, arreglándose el peinado.

–¡Con una chingada, Jessica! ¿Qué no piensas atender a tu hijo? –reclamó la furiosa prima, mientras botaba lo que traía sobre su cama y corría hacia la cuna–. ¡Oye, no chingues! ¿Qué le pasó?

Keyla tomó al bebé en brazos y le mostró la quemadura de cigarro que tenía en su muslito izquierdo. Por su parte, Jessica apenas si lo miró mientras se colgaba su bolso.

–Ah, creo que lo cambió mi mamá hace rato...

–¡No mames, tenemos que llevarlo al hospital!

–¡Ay, ya, llévatelo tú! Yo tengo planes, saldré con Ludwin.

–¿Es en serio, Jessica? ¿Prefieres irte a coger que cuidar a tu propio hijo?

–¡Pues al menos yo sí cojo, no como tú! Y el chamaco ni tiene nada, nomás está de exagerado.

–¿Exagerado? –repitió Keyla perpleja, mientras calmaba al niño como podía–. ¿Así te refieres al niño que diste a luz? ¡Por Dios, eres su madre, se supone que debes quererlo!

–¿Y tú qué sabes de madres? ¿Eh? ¡Si la tuya te abandonó y te dejó aquí de arrimada!

Keyla se acercó a ella, aguantándose el impulso de abofetearla.

–No te confundas. Si mi madre me dejó aquí con ustedes es porque se fue a trabajar...

"Y no de espaldas, como tú" quiso agregar, pero la prudencia la hizo callar.

–¡Ay, ya, como sea! –concluyó Jessica–. Ahí atiéndelo, si tanto te arden tus mommy issues.

Acto seguido, la muy irresponsable progenitora se fue casi corriendo a su cita, pues le importaba más irse al motel con su nuevo galán que atender al fruto de sus entrañas.

De Norte a SurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora