19: Mujer empacada

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La joven Diana bajó de su combi, vestida y acicalada con mucho esmero. Estaba nerviosa, pues había llegado a la plaza principal de Real Dorado, sólo para conocer en persona al chico con el que había chateado en la app de citas. Era la primera vez que se atrevía a aceptar una cita así, pues ya llevaba varios años sola y su roomie Fabiola había insistido en que le diera una oportunidad a la app. Diana entonces comenzó a descartar a varios chicos con sólo ver sus feos rostros, mientras ignoraba a otros que insistentes saturaban su buzón de halagos e incluso fotos explícitas. Así hasta que finalmente uno de estos insistentes muchachos fue de su agrado, ya que sus mensajes eran divertidos y no le estaba enviando asquerosas fotos.

Entró en la cafetería y buscó nerviosamente en los rostros de los comensales a uno que se pareciera al que sonreía en la pantalla de su celular, hasta que de pronto él levantó su mano para llamar su atención. Diana saludó también a ese simpático joven, que presuroso se puso de pie y le estrechó la mano.

–Hola, Diana. Creí que ya no vendrías...

–¿Cómo crees? –sonrió tímidamente–. Roque, ¿verdad?

Roque Arellano asintió, mientras movía una silla para que ella tomara asiento.

–Ya ordené por tí, espero no te moleste.

–Sí, está bien. Eres muy amable...

Bebieron capuchinos y comieron pastelillos, mientras platicaban para conocerse mejor.

Diana le contó sobre su vida. Su padre se había vuelto a casar luego de divorciarse de su madre, quien después perdió su lucha contra el cáncer. Debido a estos trágicos eventos, la joven vivió con su abuelita hasta que ésta también murió, hace apenas un par de años. También le contó que había estudiado administración de empresas, y tuvo unos cuantos trabajos antes de conseguir su actual puesto en la Torre Cristal.

Roque no fue tan sincero al momento de contar su historia, prefiriendo inventarle un cuento en que su madre lo había dejado a cargo de sus abuelos para irse al otro lado; que desde pequeño mantenía constante comunicación con ella y que pocas veces la veía en persona, pues ella trabajaba como esclava para asegurarle su bienestar económico, aunque ahora él ya le ayudaba en la manutención de sus abuelos, pues recientemente había conseguido un trabajo como ayudante de cocina en una de las mansiones Rianchos.

Su cita lo escuchaba atentamente, pues a ella sí le interesaba su vida.

–Tu madre debe ser una mujer admirable. ¿Cómo se llama?

–Guadalupe –respondió él, antes de beber un buen sorbo de capuchino.

–Un nombre maravilloso, justo el de una madre santa. Debes estar muy orgulloso de ella.

–Claro...muy orgulloso. No te imaginas cuánto...

Salieron de la cafetería, donde por supuesto él pagó la cuenta. Platicaron más mientras paseaban por la plaza y entonces él se ofreció a acompañarla a su casa, a lo que la encandilada muchacha aceptó.

Fue un trayecto de media hora, y cuando bajaron de la combi todavía debían atravesar toda la unidad habitacional, hasta llegar al edificio en donde ella vivía. A mitad de este recorrido, de repente el nublado cielo fue atravesado por un relámpago, y poco después un tremendo aguacero se desató sobre ellos. Entonces ella lo tomó a él de la mano y echaron correr, hasta que por fin alcanzaron el pórtico.

Aunque se quedaron varios minutos esperando, la tormenta no cedía y ellos titiritaban de frío. Él sacó su celular e intentó pedir un taxi por su aplicación, pero desgraciadamente no hubo señal.

De Norte a SurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora