21: Balacera en la selva

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Despuntaban las primeras luces del alba, mientras los pescadores venían de la mar y comerciaban en la playa, cuando se presentaron dos tipos que no pertenecían ahí; ambos rufianes sudaban copiosamente por el infernal calor costeño, pero ni así se abstuvieron de calzar sus botas de piel que se hundían en la dorada arena. Los del pueblo los veían con evidente desconfianza, pero aun así les dieron la información que necesitaban.

Tras preguntar a los primeros pescadores que encontraron, fueron a interrogar a don Sam. Lo hallaron solo en su bote, por lo que empezaron a hostigarlo mientras le mostraban la fotografía de Julián.

–Nos informaron que mi primo trabaja pa' usted.

–¡Ese pinche chamaco se largó! Me dejó solo aquí sin siquiera avisar.

–¿'Ta seguro don? –le preguntaron, con evidente desconfianza.

–Yo no estoy seguro de nada. Lo único que sé es que me tengo que chingar yo solo aquí. El cabrón de mi hijo anda tirado todo borracho en la casa, y ése méndigo chamaco nomás no aparece.

–¿No lo estará usté aquí escondiendo?

–¡Ni que fuera mi qué! ¡Yo le pago pa' que trabaje, no pa' que se esconda!

–Pero, ¿cómo voy a creer que es su empleado y no lo halla?

–¿Y? Dices que eres su pariente y lo perdiste.

El pescador que había encallado junto al bote del viejo Sam, se atrevió a intervenir:

–Oiga, don Sam. A ese chamaco ya se lo chupó la bruja...

–¿Y tú como sabes, cabrón? –don Sam volteó a ver con horror al hombre.

–Igual y usté no vio, pero yo y otros que estábamos llegando a la costa, vimos cómo lo desolló y se lo aventó a su chamuco después de tragarle las entrañas...

Don Sam se santiguó, meneó la cabeza y se llevó una mano al rostro.

–¡Tenía que ser! ¡Todo por andar de cusco con la hija de esa diabla! ¡Se lo advertí, se lo advertí!

Los sicarios los veían incrédulos, tratando de ser pacientes con gente tan...tan pendeja.

–¿Y dónde dicen que podemos hallar a esa diabla?

Como el viejo aún estaba lamentando su pérdida, el otro pescador tuvo que contestar:

–Pos, si usté no cree ni en Dios ni en nada, suba hasta el risco, ahí donde se termina el camino...si ya huele a muerto, es que ya llegaron.

Ambos rufianes se voltearon a ver y enseguida se pusieron en marcha.

–Antes hay que avisarle al patrón –le decía uno al otro–. Que sepa en qué andamos.

Y desaparecieron como sombras cuando se enciende la luz.

Tan pronto aquellos forasteros abandonaron el chinchorro, el viejo Sam dejó de llorar, volteó a ver a su colega y le sonrió con complicidad. No estaba en el plan que otro pescador participara en la farsa, pero era de admitirse que le había caído como anillo al dedo.

–Tú muy bien, Chuy. Si se animan a ir con las brujas, se los cargará la chingada.

–Pos ojalá. Se deja ver que esos perros son asesinos a sueldo –se sonrió con Sam, pero luego volvió a ponerse serio–. Pero...sí fue cierto que la bruja aulló anoche...

–Pero no pudiste ver nada, ¿verdad? –vio al Chuy negar con la cabeza, por lo que concluyó con total seguridad–. No, no pudo ser mi chalán.

–Pero igual y sí. Nadie más falta en el chinchorro.

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