25: La malquerida

40 3 31
                                    

En la cumbre de La Mira, se encontraban las brujas descansando en el pórtico de su hogar. La bruja madre se balanceaba suavemente en su mecedora, mientras la hija estaba recostada en la hamaca, jugueteando con una esbelta iguana verde, apenas tiñéndose del azabache propio de los adultos de su especie.

Marina reía dulcemente, mientras le acariciaba el lomo.

–¡Estate quieto, travieso!

–Se ve contento –opinó Alina, sonriendo muy apenas.

–Sí, es que ya sabe que se le quiere.

El animalito reptó ágilmente desde el vientre hasta el escote de la chica, quien le canturreaba:

Tus ojos como dos astros mi pobre vida van alumbrando. Tan llenitos de ternura son del norteño que estoy amando.

Absorta en sus pensamientos, la señora Alina se puso de pie y, dejando a su hija a solas con su amada criatura, entró a la casa con la intención de servirse un buen vaso de agua fría.

Ya apaciguada su sed, salió al borde del risco y ahí se sentó para apreciar la puesta de sol, mientras el mar golpeteaba incesante las afiladas rocas bajo el acantilado. De pronto, ella dirigió sus almendrados ojos al árbol limonero a su lado, donde Gabo iba escalando a las ramas más altas para ser alcanzado por la cálida luz.

Entonces Alina suspiró y con nostalgia le habló al animal:

–Echo de menos nuestras tardes aquí, cuando podías abrazarme y me hacías creer que me amabas.

Como era la costumbre, el gigantesco reptil parecía indiferente a lo que la melancólica mujer le decía; así pues, derrotada ella suspiró otra vez y se recostó sobre la tierra.

–No volveré a intentarlo... –murmuraba, mientras cerraba los ojos–. No hasta que todo este asunto de Julián termine. Porque lo de él y Marina se resolverá, como debió resolverse lo nuestro...

Rápidamente la bruja se quedó dormida, sintiendo el fresco acariciar de la brisa, que le recordaban las ardientes caricias que su marido solía prodigarle.

Gabriel Mondragón era el único hombre que ella había amado, ni siquiera su primer marido fue digno de sus afectos. ¿Cómo esperaban que ella amara al gitano que se la robó, siendo apenas una niña? En vano la chiquilla esperó ser rescatada, hasta aceptar que sus padres se sentían aliviados por ya no tener que lidiar con esa niña extraña, de cabellera extraña y poderes aún más extraños; ellos ya tenían otros dos hijos, varones, y jamás la echarían de menos. La joven Alina se vio obligada a casarse a los doce años de edad, y abandonar su región natal para irse con esa tribu errante de costumbres romaníes, a recorrer el país entero.

Su convivencia con aquella gente no fue tan mala como esperaba, pues cuando su extraordinario don de clarividencia se dio a notar, ellos no la marginaron como habían hecho sus padres. Al contrario, el chamán de la tribu la convirtió en una de sus aprendices y así la joven comenzó a estudiar ciencias ocultas. Gracias a la experta guía de su maestro Melquiades, sus talentos pronto florecerían sobremanera, ganándose el respeto y admiración de todos...todos, a excepción de su entonces marido, que pretendió inútilmente domarla.

Alina nunca le tuvo hijos a ese hombre, con ayuda de sus siniestros conocimientos. Él entonces pensó en matarla y cambiarla por una nueva esposa, pero la muerte lo alcanzaría a él primero; una muerte fríamente ejecutada con una deliciosa cena envenenada. A la mañana siguiente, Alina ya era una solemne viuda que se regodeaba por dentro, mientras el resto de la tribu asumió que fue por causas naturales.

De Norte a SurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora