3: Hechizado

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Julián se despertó bastante molesto, a causa de esa maldita luz que se colaba por su ventana e interrumpía su descanso. Tenía que presentarse a trabajar en el chinchorro esa noche, pero por más que apretara los párpados los rayos del sol que atravesaban la mugrienta cortina lo iluminaban de lleno. El chico intentó cubrirse con un brazo, con la almohada y hasta se colocó boca abajo, pero el calor sofocante del cuarto lo hacía sentirse como un bizcocho al horno. Sin más remedio, se sentó pesadamente en la cama.

Bostezó, se frotó los ojos y miró a su alrededor, analizando ese cuartito en el que estaba. Habían sido tantos los lugares en donde cayera dormido, que se le olvidaba que ahora rentaba ese sitio. Estaba decente, ya que tenía una cocineta a unos cuantos pasos e incluso un baño propio. Lo malo es que tendría que conseguirse un ventilador para mitigar el insoportable calor, al que no estaba nada acostumbrado. Él provenía del norte y podía resistir el frío perfectamente, pero luego de pensarlo un poco concluyó que más le valía acostumbrarse a ese clima tan ardiente como el mismo infierno, pues seguramente allá se iría al morir...

Pero eso sería cuando estuviera muerto, mientras tanto no pensaba cumplir esa condena en vida.

Con pereza se levantó de la cama, tomó la guitarra que tenía sobre el sillón y se encaminó a la puerta. Corrió el incipiente seguro y recibió con delicia en su sudorosa piel la salada brisa proveniente de la costa que quedaba a pocos metros de ahí. Entonces se acercó a la hamaca que estaba atada a un par de palmeras.

Se acostó en la hamaca y colocó la guitarra sobre su abdomen, tocando algunas notas sin mucho afán. Volteó hacia el horizonte y apreció la magnífica puesta de sol, hasta que sus ojos se nublaron de sueño.

Entonces vio la desagradable cara de Joan Rianchos, incluso sintió su asqueroso aliento alcohólico.

–¡Te estoy hablando! ¿Te sientes más pitudo que yo, pendejo? ¡Gracias a mí tragas, perra!

Julián giró sobre sus talones e intentó esfumarse entre la penumbra de Real Dorado, pero la regordeta mano de Joan logró asirlo de la chamarra para regresarlo a su lugar.

–¡Con una chingada! ¡Aprende a respetar a tu mero padre, cabrón!

En el jaloneo, salió volando la navaja que llevaba escondida en su chamarra, y el precario alumbrado público fue suficiente para que Joan la viera en el suelo. Como esta seguía plegada, el desgraciado se burló:

–¡Pero bien que eres putito! ¿Qué es eso, tu consolador?

Ambos jóvenes se apresuraron en recoger el objeto. Julián logró tomarlo primero, pero Joan lo aferró de la mano armada con tal fuerza que lo lastimó. El chico trató de zafarse, pero el borracho era más robusto y usó esa ventaja a su favor, consiguiendo acorralarlo contra la pared.

Joan sonrió retorcidamente, al ver a su presa todavía luchando por escapar.

–¿Qué? ¿Quieres que te meta tu chingadera por el culo? Pos no, mejor te meto mi verga pa' que sepas lo es bueno, hoy tengo ganas de chingarme a alguien y pos te va a tocar...

Julián vio con horror que su agresor se llevaba la mano a la cintura, y hubiera preferido mil veces que sacara su arma...pero cuando lo vio desabrochándose el cinturón, tuvo que actuar rápido.

En cuestión de segundos, desplegó su navaja y se la encajó con todas sus fuerzas.

Joan desencajó su rostro espantosamente, y hasta entonces liberó a su víctima.

Julián retiró la navaja y se alejó un poco, contemplando los borbotones que brotaban de su asustada víctima, bañando enseguida la fina camisa vaquera y los pantalones de mezclilla.

De Norte a SurDonde viven las historias. Descúbrelo ahora